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Título del texto editado:
“VARIEDADES. Historia de la literatura española, escrita en alemán por F. Bouterwek, traducida al castellano y adicionada por don José Gómez de la Cortina y don Nicolás Hugalde y Mollinedo”
Autor del texto editado:
Reinoso, Félix José]
Título de la obra:
Gaceta de Bayona. Periódico político, literario e industrial, nº 112
Autor de la obra:
Lista, Alberto (dir.)
Edición:
Bayona: Imprenta de Duchart-Fauvet, impresor del rey, 1829


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VARIEDADES

Historia de la literatura española, escrita en alemán por F. Bouterwek, traducida al castellano y adicionada por don José Gómez de la Cortina y don Nicolás Hugalde y Mollinedo


Anunciamos la suscripción de esta obra en el número 40 de nuestro periódico, y, aunque no mucho después salió a luz el tomo 1º, que es el publicado hasta ahora, no hemos podido formar antes nuestro juicio sobre su desempeño, por no haber llegado más pronto a nuestras manos. Por fortuna, la lectura de esta parte no nos obliga a desdecirnos de la ventajosa idea que dimos entonces, copiándola de su prospecto. Es mucho de alabar y de agradecer en un estranjero, de lengua, costumbres y país tan distantes de nosotros, que se haya dedicado tanto al estudio de nuestra literatura y escriba su historia con tal conocimiento de nuestros autores y de sus obras, y con aprecio por lo común tan justo de su mérito; y es muy de estimar en los traductores que nos hayan transmitido un libro tan recomendable para España, exornándole con amplísimas y eruditas ilustraciones.

La Historia de la literatura española es una parte de la Historia general de la literatura moderna, publicada por Bouterwek, y podrá con las adiciones de la traducción ocupar tres tomos, como ya dijimos en su anuncio. Este primero trata de nuestra literatura desde mediado el siglo XII al finales del XV, sin embargo de que en este epígrafe se anuncia equivocadamente esta época desde fines del siglo XIII hasta principios del XVI. Basta para convencerse de esta inexactitud saber que habla de las poesías de Gonzalo de Berceo, que floreció en el primer tercio del siglo XIII, y, antes de ellas, del Poema del Cid, cuya composición debe fijarse en la mitad última del siglo anterior, como don Tomás Sánchez muestra con buenas razones y persuaden irresistiblemente la versificación y el lenguaje, comparados con los de Berceo. De principios del siglo XVI y aun del XVII solo dice lo necesario para completar los hechos pertenecientes a los anteriores, como la conclusión de La Celestina por Fernando de Rojas y las ediciones de los cancioneros y romanceros generales. Los nombres de Boscán y de Garcilaso, que a entrada de aquel siglo hicieron la más notable revolución en nuestra poesía, no aparecen en esta sección de la historia.

Supone el autor que la poesía castellana tuvo su origen en los romances y canciones populares y, después de recordar las obras nombradas anteriormente, el Poema de Alejandro y los versos de Alonso X, de quien dice que, protegiendo otros ramos de literatura, lo único que fomentó fue la poesía popular; vuelve a los romances, persuadido de que en aquella edad se compuso la mayor parte de los compilados después, aunque sea corto el número de los poetas conocidos hasta fines del siglo XIV. Del Conde Lucanor, de los versos del arcipreste de Hita, del Amadís de Gaula, pertenecientes a esta época, hace el merecido aprecio, interpolando recuerdos o conjeturas sobre los romances que le llevan siempre la atención principal, hasta que de asiento y detenidamente trata de ellos, discurriendo por todas sus especies, cuya existencia en aquellos tiempos no sería fácil de justificar.

Pasando luego al siglo XV, habla de la protección de Juan II y de los esfuerzos del marqués de Villena para mejorar la poesía, de las composiciones del marqués de Santillana y de Juan de Mena y algunos otros de aquel reinado. Estiéndese después sobre el cancionero de Baena y el general y sobre los romanceros generales, tratando de sus varias piezas y autores; y concluye, por lo que respecta a la poesía, con la noticia de los primeros ensayos dramáticos, en que comprehende las églogas dialogadas, poniendo fin con un justo examen de La Celestina. Cuanto a los prosistas de este siglo, habla acertadamente de las crónicas de más mérito, de los Claros varones de Fernando del Pulgar y de sus cartas; y no debiera por lo menos haber olvidado el centón epistolario del B[achiller] de Cibdarreal. Los traductores suplen esta y otras omisiones con sus notas y añaden una larga cita sobre la protección que dieron a las letras los Reyes Católicos, de que debió hacerse memoria en este siglo.

Bouterwek conoce, cuanto es posible a un estranjero, las obras y autores y la progresión de la literatura naciente de que trata; ha tenido presentes nuestros bibliógrafos, compiladores e historiadores, que no son escasos en esta parte, y pocas equivocaciones de hechos tienen que corregirle los traductores. Estiende sus noticias a proporción de la importancia de ellas, y, si no satisface a los amantes de este género de antigüedades, basta para completar su cuadro en una historia general de la literatura, y aun para contentar a los humanistas y literatos españoles, respecto de una edad que no puede ofrecer grandes ejemplos a su imitación ni a su estudio; sobre todo, escribe con inteligencia de su argumento, con sano juicio y filosofía. Sirva de ejemplo la sabia observación que hace sobre la seguridad que halló don Juan II entre las disensiones de su reinado, en la protección que dispensaba a las letras, atrayéndose con ella la fidelidad de los magnates instruidos, que pudieran serle temibles. Este fenómeno, dice, da la más alta idea de la fuerza del ingenio poético de los españoles, y pudo añadir que es un espléndido testimonio del poderío de la bella literatura para suavizar y conciliar los ánimos de los hombres. Cicerón no hubiera omitido este ejemplo en la defensa de Arquias. También es muy exacta la comparación de las maneras diferentes de espresar sus afectos los antiguos poetas españoles y los italianos. Estos, más tiernos; aquellos, más vehementes; unos, abandonándose a la pasión; otros, queriendo someterla a las reglas de obrar. “A los poetas italianos, dice, les importa poco que triunfe la razón, pero el español, más severo en su moral, quiere parecer cuerdo aun en la locura, y casi siempre lo consigue a costa de la dulzura poética”.

No son tan felices todas sus reflexiones. Observando que la poesía y elocuencia no salieron de sus antiguas formas y estilo en aquella edad infantil, dice que “la poesía castellana era un tesoro común, colocado bajo la salvaguardia de cierta especie de democracia literaria, que no permitía a ningún ingenio superior elevarse sobre los otros”. Este pensamiento brillante es falso en sí mismo y en su aplicación. La democracia, peligrosa en política, por abrir la puerta a la ambición individual que trastorna el régimen público, es no menos útil en la literatura que en la industria, donde, limitada la libertad a objetos en que interesan solo los goces particulares, se da opción, sin comprometer la seguridad del estado, a los esfuerzos y pretensiones de los individuos por la supremacía. ¿Y dónde se formó esa liga para contener en aquellos siglos a los ingenios dentro de los antiguos límites? Garcilaso hubiera entonces triunfado de ella, como destruyó en el siglo siguiente la conspiración de más aguerridos copleros. La verdadera causa de este retardo fue la falta de ilustración: Nec rude quid prosit video ingenium. Desde los egipcios se han propagado continuamente las luces de una nación a otra, y hasta el siglo XVI no llegó la época en que nuestros escritores las recibiesen de los italianos.

Reconociendo que La Celestina, por no haberle antecedido modelo, merece el título de original, añade que, tomando esta palabra en una acepción más lata, no puede aplicársele propiamente, porque sus autores solo atendieron a la utilidad moral en el plan y a la verosimilitud en la ejecución. ¿Y pierde el derecho a la originalidad una obra de ingenio, hecha sin modelo precedente, porque se proponga por fin la utilidad moral que la razón exige y se ejecute con la verosimilitud que requiere el arte?

Algunos hechos sienta con equivocación o sin fundamento conocido. La muerte de Alonso el Sabio dice que “no detuvo el movimiento que había dado a la literatura, pero debió ser poco sensible a los romancistas (los autores de romances), reducidos a cantar en los desiertos”. ¿Mas dónde se encuentra por más de un siglo después de su muerte ni la reunión de hombres sabios y de físicos que vinieron de allende (como dice una escritura de aquel tiempo) para formar las tablas astronómicas y el código de las partidas, ni obra alguna de la sabiduría y lenguaje de estas, ni versos comparables con los que se atribuyen a aquel monarca y reconoce por suyos Bouterwek? Destrozada la nación por la guerra civil que principió en los últimos años de su reinado, pocos nombres de literatos ofrece su historia hasta fines del siglo XIV. ¿Y quiénes eran estos autores de romances anteriores a Alonso X que tanto interesan al historiador alemán y que tal abatimiento merecieron de este rey, para mirar con frialdad, si no con complacencia la falta del grande protector de las letras 1 ?

En el reinado de Juan II dice que se volvieron a poner en uso los versos de arte mayor, de que no se encuentra anteriormente composición alguna, sino las pocas coplas atribuidas a Alonso el Sabio, las cuales, siendo de un solo autor, no bastan para acreditar que estuviesen en uso. Estas frases indican una frecuencia y propagación que solo alcanzaron en el siglo XIV. No se dirá que Boscán y Garcilaso volvieron a poner en uso los endecasílabos a cuenta de que los empleó alguna vez el marqués de Santillana un siglo antes.

El origen de los villancicos dice que probablemente se confunde con la perfección de los romances. Esta sucedió hacia fines del siglo XVI, cuando se fijó el uso del asonante, y cultivaron esta composición Lope, Góngora y otros que se les acercaron en la lozanía de la imaginación y en la rica facilidad del lenguaje; y los villancicos de que habla les lleva por lo menos un siglo de antigüedad. Sería prolijo notar otras equivocaciones semejantes.



(Se continuará)






1. Muy al contrario, el señor Martínez de la Rosa en las notas a su Poética sospecha que el rey don Alonso inventó acaso el verso de ocho sílabas. No aventuraremos nosotros conjeturas sobre esta invención; basta saber incontestablemente que el rey compuso versos octosílabos en gallego y que fomentó cual ninguno la lengua castellana para convencerse de que no podía despreciar a los que hacían versos de ocho sílabas en castellano y para echar por tierra ese castillo fantástico que ha levantado Bouterwek.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera