Información sobre el texto

Título del texto editado:
“La dama duende, comedia de don Pedro Calderón, en tres jornadas”
Autor del texto editado:
Lista y Aragón, Alberto (1775-1848)]
Título de la obra:
El Censor. Periódico político y literario, t. VII, nº 42, 19 de mayo de 1821
Autor de la obra:
Miñano, Sebastián (dir.)
Edición:
Madrid: Imprenta propia, 1821


Más información



Fuentes
Información técnica





La dama duende, comedia de don Pedro Calderón, en tres jornadas


Esta comedia prueba lo que ya hemos dicho de Calderón, a saber, que fue el primer autor de nuestros dramáticos antiguos, que enseñó a sacar todo el partido posible de la fábula y a subordinar con verosimilitud los incidentes y escenas al enlace de la pieza. Una alacena que, ocupada por vidrios, corta la comunicación entre dos habitaciones es la que forma toda la intriga de esta comedia; y de este primer supuesto ha sabido el autor deducir toda la serie de acontecimientos, ya cómicos, ya estraordinarios, que componen la fábula hasta el fin.

El enlace está en la escena en que doña Ángela y su criada pasan al cuarto de su huésped don Manuel por el paso secreto de la alacena; la intriga se continúa en el acto segundo, por las dos escenas en que don Manuel, creyendo haber a sus manos la dama duende que le escribe cartas tan bien sentidas y le envía tantos regalos, se halla sin nadie en el cuarto, sin ver por dónde ha desaparecido. El desenlace está en la escena del tercer acto, en que don Luis, yendo a perturbar los amores de su hermano don Juan y de doña Beatriz, halla el paso escondido al cuarto de don Manuel.

La fábula está bien conducida, a pesar de ser tantos y tan variados los incidentes. Mas el autor no debiera haber admitido a los hermanos de doña Ángela a la escena en que Cosme, criado de don Manuel, se queja de las transformaciones de sus sisas en carbones, porque don Juan y don Luis no ignoraban la situación de la alacena y su movilidad, pues Rodrigo, criado de don Luis, dice a este en el primer acto:

Para su cuarto 1 ha dado
por otra calle la puerta,
y la que salía a la casa,
por desmentir la sospecha
de que el cuidado la había [5]
cerrado, o por que pudiera
con facilidad abrirse
otra vez, fabricó en ella
una alacena de vidrios.


De modo que los hermanos no ignoraban cuán fácil de vencer era la incomunicación de los dos cuartos, y, por tanto, las quejas de Cosme debieron escitar en ellos algunas sospechas. Es verdad que el autor se ha preparado para evitarlas con la promesa que Cosme había hecho a los amigos de su señor de inventar algunas burlas, pero esto no bastaba a personas tan cosquillosas en materia de honor. La presencia de don Juan y don Luis de nada sirve para la fábula; la acción continúa sin que ellos sepan nada de la correspondencia entre la dama duende y don Manuel, el cual, a pesar de su curiosidad, observa, como buen caballero, el silencio más religioso y se lo encarga estrechamente a su criado.

También es pobre y mezquina la invención por la cual sabe don Luis en el segundo acto la intriga que tienen preparada doña Ángela y doña Beatriz, aunque se equivoca en su objeto, pues cree que se dirigía a favorecer los amores de Beatriz y de su hermano don Juan. El recurso de aparecer sin motivo al paño para saber lo que se habla en escena, a pesar de ser tan común en nuestros cómicos antiguos, pocas veces produce buen efecto. Según nuestras costumbres y la moral de nuestro siglo, ese recurso tiene un defecto más, porque el acecho es una vileza de la misma especie que la interceptación de cartas. Parece que en el siglo XVI y XVII no había tanta delicadeza como en nuestros días para abstenerse de averiguar secretos ajenos. ¿Procedería esto del principio anti-moral establecido desde el nacimiento de la Inquisición, por el cual se consagraba como un deber la pesquisa y la delación de los pensamientos y palabras de los otros? Nos inclinamos a creer que sí, y, aunque en muchas comedias de Calderón se pinta como cosa muy mal hecha leer cartas dirigidas a otras personas, en casi todas hay lances de acecho, siendo los pesquisidores no solo los criados, sino muy frecuentemente los amos y personas principales. Esto prueba que aquella especie de curiosidad no era censurada en su siglo, porque ningún autor cómico atribuye a los personajes interesantes acciones bajas e indecentes.

La carta que don Manuel escribe en castellano antiguo a su desconocida favorecedora, imitando el estilo de los caballeros andantes y haciendo donaire del susto, es una hermosa imitación de la de don Quijote a su Dulcinea. Por eso la copiaremos aquí con tanta más razón cuanto son muy escasos los escritos en prosa del príncipe de nuestro teatro cómico, y es de creer que, si se hubiera dedicado a los géneros prosaicos, hubiera dado a su frase la soltura y gallardía que campea en sus versos. La carta dice así:

Fermosa dueña, cualquiera que vos seáis la condolida de este afanado caballero y asaz piadosa minoráis mis cuitas, ruego vos me queráis hacer sabidor del follón mezquino o pagano malandrín que en este encanto vos amancilla, para que segunda vegada en vuestro nombre, sano ya de las pasadas feridas, entre en descomunal batalla, maguer que finque muerto en ella, que no es la vida de más pro que la muerte, tenudo a su deber un caballero. El dador de la luz vos manpare e a mí non olvide.

El caballero de la dama duende


Como nuestros antiguos poetas cómicos acostumbraban usar de toda su erudición en sus comedias, hallamos al principio de esta dos alusiones a dos piezas de aquella época, una intitulada Píramo y Tisbe, y otra del doctor Mira de Mescua, sobre la fábula de Leandro y Hero.

Como esas cosas se aciertan
o se yerran por un hora.
Por una hora que fuera
antes Píramo a la fuente
no hallara su Tisbe muerta, [5]
y las moras no mancharan,
porque dicen los poetas
que con arrope de moras
se escribió aquella tragedia.
Por un hora que pensara [10]
si era bien hecho o no era
echarse Hero de la torre
no se echara es cosa cierta, 2
con que se hubiera escusado
el doctor Mira de Mescua [15]
de haber dado a los teatros
tan bien escrita comedia
y haberla representado
Amarilis 3 tan de veras,
que volatín de Carnal, [20]
si otros son de Cuaresma, 4
sacó más de alguna vez
las manos en la cabeza.


Por más que Calderón alabe de bien escrita la comedia de Mira de Mescua, la espresión volatín de Carnal es satírica y censura la impropiedad de presentar a los ojos de los espectadores la caída de Hero. No conocemos ni la tragedia de Píramo y Tisbe ni la comedia de Leandro y Hero, mas no se puede dudar que esta última se representó muchas veces en los teatros, y que alguna se lastimó al caer la actriz que representaba a Hero.

La comedia de La dama duende, que se representa siempre con aplauso en nuestros teatros, fue compuesta por Calderón en su edad juvenil. Muévenos a creer esto la versificación, que en lo general es floja; el diálogo, menos noble y urbano que en otras piezas; y el estilo, que se acerca más a la sencillez de Lope y a la osadía de Tirso de Molina; aunque siempre se deja conocer en él el carácter caballeresco que imprimió Calderón a la comedia española.

En la tercera jornada cuenta el gracioso Cosme un cuento, que se omite en la representación muy justamente, porque es una mezcla de horror, de ridiculez y de indecencia que parece muy extraña en la pluma de Calderón. Nosotros lo copiamos aquí para que se vea cómo trataban los poetas cómicos de aquel siglo las ideas religiosas, que en el vulgo estaban envueltas en la más grosera superstición.

al mismo Lucifer
temerle muy poco puedo;
en hábito de mujer
alguna vez lo intentó
y para el ardid que fragua [5]
cota y nagua se vistió,
que esto de cotilla y nagua
el demonio lo inventó.
En forma de una doncella
aseada, rica y bella [10]
a un pastor se apareció,
y él así como la vio
se encendió en amores de ella.
Gozó a la diabla, y después
en su forma horrible y fea [15]
dijo ella a voces: “¿No ves,
mísero de ti, cuál sea
desde el copete a los pies
la hermosura que has amado?
Desespera, pues has sido [20]
agresor de tal pecado”.
Y él, menos arrepentido
que antes de haberla gozado,
le dijo: “Si pretendiste,
oh sombra fingida y vana, [25]
que desesperase un triste,
vente por acá mañana
en la forma que trajiste;
verasme amante y cortés, después
aguardarte”, en testimonio [30]
de que, aun horrible, no es
en traje de hembra un demonio.


¿Qué juicio debemos formar de un siglo en que se mezclan los rasgos cómicos con los acentos más absurdos de la superstición?





1. El de don Manuel
2. Este rasgo cómico es propísimo del estilo de Calderón.
3. Este es el nombre poético de la principal actriz de aquel tiempo.
4. Alude a la costumbre de ocupar el teatro con volatineros en el tiempo de Cuaresma, en que no había representaciones.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera