Información sobre el texto

Título del texto editado:
“LITERATURA ESPAÑOLA. Carta de un español residente en Nueva York al editor de las Cartas Españolas”
Autor del texto editado:
D.D.M.
Título de la obra:
Cartas españolas. Revista histórica, científica, teatral, artística, crítica y literaria, t. 1, nº 5
Autor de la obra:
Carnerero, José María de (dir.)
Edición:
Madrid: Imprenta de I. Sancha, 1831


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LITERATURA ESPAÑOLA

Carta de un español residente en Nueva York al editor de las “Cartas españolas”




Nueva York, 25 de agosto de 1830



Amigo mío: en otra ocasión envié a usted un extracto de parte del excelente artículo dado aquí a luz por mister Roberto Walsch, redactor de la Revista de Filadelfia, concerniente a nuestro teatro antiguo; y en virtud de la invitación que usted me hace, seguiré en breves términos tan interesante materia, que no podrá menos de ser grata a cuantos estimen el aprecio de que goza nuestra literatura en estos lejanos contornos.

Di a usted entonces una idea del modo con que el redactor de la Revista traza el origen del teatro español, en lo cual se manifiesta entendido, y se le conoce que no ha bebido sus informes en malas fuentes. Cuando habla de la Comedia de Ponza del marqués de Santillana (que todos creían perdida hasta que se encontró un ejemplar manuscrito en la Biblioteca Real de París), dice con una satisfacción que no puede menos de lisonjear el amor propio de un español: “The oldest we have seen or heard of is the Comedia de Ponza, which we possess in manuscript and which has never been printed”. Juzga con mucho tino y justo cálculo los diálogos de Mingo Revulgo, La Celestina, las obras de J. de la Encina, Torres Naharro, Lope de Rueda y Alonso de Timoneda, y manifiesta en sus críticas no solo que ha leído todas estas obras, sino que las ha entendido más de lo que podía esperarse de un extranjero. El mismo discernimiento se le nota cuando habla de las traducciones e imitaciones de los dramáticos griegos y latinos que hicieron Oliva, Abril, Bermúdez y Argensola. Hasta de los establecimientos de los primeros teatros de Madrid tiene y demuestra noticias históricas, no comunes ni aun en los escritores nuestros que se han ocupado en esta materia. Pero donde lucen más sus vastos conocimientos en la lengua castellana y en el estudio profundo que ha hecho de nuestra literatura es en los pasajes en que traza con mano maestra el brillante período que empezó con Lope y acabó con Cañizares. Examina muy detenidamente el carácter peculiar de Lope y de Calderón. Divide las comedias del primero en tres especies: de capa y espada, historiales y de santos, y de cada una de estas especies escoge las más características y las analiza, dando a conocer así perfectamente la manera del autor. Es admirable la traducción que ha hecho de los versos de Lope de Vega cuando analiza La Estrella de Sevilla, la cual, dice, “es una de las comedias de aquel fecundo poeta que más nos han interesado entre cuantas hemos leído suyas, y en la que se conserva más uniformemente el tono trágico. Tiene un gran mérito poético, y carece de los defectos que más generalmente se atribuyen al teatro español”. Yo remitiría esta traducción si no temiese ser prolijo, y apuesto, amigo mío, a que sentiría usted cierta especie de orgullo nacional, como me ha sucedido a mí al ver el tributo que en estos mundos se consagra a las adultas y engalanadas musas españolas.

También ha analizado la Revista de Filadelfia las Mocedades del Cid, de Guillen de Castro, y el autor hace luego una ligera reseña de los demás autores dramáticos que se distinguieron en la escena española, como Jacinto Cordero, Gabriel Téllez (Tirso de Molina), Juan Pérez de Montalbán, Álvaro de Cubillo, Mendoza y otros. No desagradarán a usted algunas reflexiones que hace después de examinar diversas comedias de Calderón. Dice así: “Al echar una ojeada sobre el conjunto de las obras de Calderón, y considerándole como el sucesor inmediato de Lope, veremos que durante los muchos años en que fue dueño absoluto de la escena española no intentó ni efectuó ninguna variación notable en el teatro. No añadió nuevas formas de invención dramática, ni modificó mucho las ya establecidas y arregladas por Lope. Sin embargo, imprimió en él todo un nuevo colorido, y, bajo ciertos aspectos, una nueva fisonomía. Su drama es más poético en su objeto y sus relaciones, y tiene menos aire de realidad y verdad que los de su gran predecesor. Vemos en sus mejores trozos cierto deseo de transportarse a un mundo nuevo, gobernado por causas más elevadas y estimulado por nuevas pasiones, porque muchas veces es preciso para tomar parte en lo que vemos que nuestra imaginación y nuestros propios sentimientos se enciendan y exciten más de lo regular”. De este tono elevado y del esfuerzo constante y necesario para sostenerse, dependen las bellezas y defectos característicos de Calderón. Esto le hace menos fácil, natural y gracioso que Lope; su estilo adquiere una hinchazón amanerada, que con frecuencia fastidia; y el poeta se repite en tal grado, que sus personajes llegan a tener un carácter fijo, y sus damas y galanes parecen fundidos en una misma turquesa. Calderón, por otra parte, no admite las más veces diferencias ni de nación, ni de individuo, ni de carácter, y presenta en la escena griegos y romanos, divinidades del paganismo y ficciones sobrenaturales de una imaginación exaltada; pero todo ello a la española, y con sentimientos españoles, dejándose conducir por una continuación de intrigas y aventuras singulares, durante las cuales ofrece constantemente una ostentosa, ideal y romántica elevación de alma, puesta en situaciones difíciles, pero de brillante efecto. En suma, esto ha llevado a Calderón a considerar como mera forma el tono de una comedia, dentro de cuyos límites su fantasía vagaba sin freno; de lo cual se ha seguido que, sin separarse del noble tono del honor español, de la cortesía y del amor, ha complicado frecuentemente la acción y ha presentado sus caracteres con atributos tan fantásticos e inverosímiles, que la mayor parte de sus dramas, después de todo, son considerados como defectuosos, y, aun si se aprueban muchos de ellos, más bien es porque tienen algo tolerable que por su exactitud y naturalidad. Sin embargo, cuando consigue interesar, nadie interesa más que él: nos presenta de antemano un mundo ideal de bellezas, de esplendor y de perfecciones que nada contiene que no pertenezca a los más puros elementos del carácter español. El férvido y solemne entusiasmo del morisco heroísmo; las aventuras caballerescas del humor castellano; aquella generosa decisión (self devotion) de lealtad individual, y aquel amor que es el más reservado secreto del corazón de una mujer en el estado de sociedad…, todo esto parece que es peculiar y propio patrimonio de Calderón. Y, una vez que nos ha introducido en su país encantado, en el cual crea su mismo ingenio dificultades progresivas, entonces es cuando llega al fin que se propuso. Con todos sus defectos inevitables, no puede menos de concluirse diciendo que es uno de los más extraordinarios fenómenos de la poesía.

Admira ciertamente, amigo mío, ver el entusiasmo con que el redactor de la Revista de Filadelfia, que voy citando, habla cada vez que se ofrece del carácter español. Esto prueba el servicio que nos ha hecho en los países extranjeros el estudio de nuestra rica literatura, que se ha considerado justamente como la expresión de los sentimientos del pueblo que la ha sabido producir. Así es que, aun después de los brillantes rasgos con que la pinta en los párrafos que acabo de traducir, dice al finalizar la historia de nuestro antiguo teatro: “Tal fue el estado de la literatura dramática en España desde Lope hasta Cañizares, y tales fueron los recursos de que se valieron sus autores para presentarla a la nación como entretenimiento general, hasta el tiempo de Felipe IV, en que llegó al más alto grado de perfección. Bajo todos aspectos el drama fue esencialmente popular, y en ninguna nación, en circunstancias semejantes, llegó nunca a elevarse sobre el carácter que este tenía en la época de Lope de Vega, cuando era la diversión de las clases más ínfimas; pero el pueblo español es y siempre ha sido un pueblo poético. Hay cierto romantismo en su genio nacional, algo de pintoresco en sus modales, hábitos y afectos que nunca pueden confundirse con los de ningún otro pueblo. Un entusiasmo profundo hierve en el fondo de su corazón, y las agitaciones de una pasión fuerte y de una imaginación poderosa y original están con frecuencia pintadas en su rostro. El mismo poder, la misma fantasía, los mismos exaltados sentimientos populares que en el terciodécimo siglo produjeron los más ricos, varios y poéticos romances, todavía guardaban su actividad en el décimosexto; y el mismo carácter nacional que bajo los Alfonsos y Fernandos hizo retroceder la morisca media luna hasta los estados de Andalucía, y que halló expresiones para su triunfo en una poesía popular, dulcísima y enérgica, era no menos activo bajo los Felipes, para formar y dirigir un teatro hijo del espíritu y de las costumbres de la nación, y que en todas sus formas y variedades es esencialmente español, popular y poético”.

Conozco, amigo mío, que esta carta ha salido demasiado larga; pero espero, si usted hace uso de ella para darla a luz, que el público tomará en consideración la gran distancia en que se ha escrito, lo interesante de su objeto y el honor que resulta a la literatura española de que todos sepan el aprecio y justísimo aplauso que logra en los países extranjeros. Estas reflexiones son hijas del amor que profeso a mi país, del placer con que veo la protección con que nuestro augusto soberano estimula los progresos de la civilización, y del afecto con que soy de usted atento servidor y amigo, q. s. m. b.



D. D. M.






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera