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Título del texto editado:
“VARIEDADES. Concluye el artículo de ayer”
Autor del texto editado:
Sin firma
Título de la obra:
El guardia nacional, nº 552
Autor de la obra:
Ferré, Luis (dir.)
Edición:
Barcelona: Imprenta del Guardia Nacional, 1837


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VARIEDADES

Concluye el artículo de ayer

Rematado el juicio de don Quijote, y creyendo ser cierto cuanto había leído en los libros de caballerías y poesías amorosas, llenósele de fantasía, de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles. Se le asentó de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de […] invenciones que leía, que para él no había historia más cierta; y así concibió el designio de hacerse caballero andante, y salirse por el mundo a buscar aventuras. Este es el carácter específico de esta singular y extraña locura, el conjunto de estas aventuras lo constituye lo que llaman los médicos el síndrome sintomato […]. Así que la forma y síntomas de la dolencia de don Quijote la constituyen la serie sucesiva de conatos o accesos de arrogancia, orgullo, valentía, furor y audacia que se sucedieron unos a otros en todo el discurso de su enfermedad en cada uno de sus períodos. En todos ellos se ve cómo los objetos externos que se ponían en contacto con los sentidos del enfermo, lejos de producir sensaciones e imágenes regulares, ocasionaban desvaríos en su juicio y se pintaban y reproducían en su imaginación conforme a la disposición de su fantasía.


Y, por último, al hablar del plan curativo o del tratamiento moral del enfermo, dice entre otras cosas lo siguiente:

Para dirigir el tratamiento moral de la melancolía y de la locura se necesita un profundo estudio del corazón y del entendimiento en general y del particular del enfermo a quien se aplica. Cervantes poseía uno y otro: conocía tanto a don Quijote como a un hijo suyo; y nadie podía inventar mejor que él los medios para auxiliarle.

Seis personas figuran en su apólogo, interesadas en la curación con encargo distinto para llenar los dos extremos del epígrafe de Boerhaave: el cura, hombre docto; Maese Nicolás Sansón Carrasco, para segundar su falsa imaginación; el canónigo de Toledo; el ama y la sobrina para combatirla directamente y con firmeza.

El primer paso que dio para su curación fue apartarle de la causa que había producido su mal: el escrutinio y quema de los libros de caballerías y amores, tabicando hasta la puerta de la pieza donde estaban, y la persuasión de haberse ejecutado por encanto era el paso más sensato que podía darse en la materia. El sabio encantador Muñatón viene sobre una nube cabalgado en una serpiente y, saliéndose volando por el tejado, deja la casa llena de humo.

Este es el precepto general que debe aplicarse a todas las enfermedades, pues es una especie de milagro que se cure ninguna si se permanece bajo el influjo y causas que la engendran.

No surtió, sin embargo, la primera vez el efecto que se deseaba por dos razones: la una por el artificio del apólogo, cuya acción hubiera finalizado fríamente con la desaparición del mal; la segunda y más importante con respecto al punto que tratamos, por un ligero descuido de la sobrina en equivocar el nombre de Frestón con el de Muñatón o Tritón, pues es tal la sagacidad y cautela con que se ha de proceder en este negocio, que la más pequeña falta lo echa a perder todo.

El segundo ardid de que el cura de su pueblo y el barbero se valieron para sacarlo de Sierra Morena, en donde llegó al más alto grado de extravagancia, fue un medio de esta naturaleza. Se disfrazan en la venta el cura con una saya de terciopelo con ribetes de raso blanco y el barbero con una larga barba entre roja y blanca de un buey barroso, disfraz que luego cambian para adoptar otro de igual índole que creyeron más eficaz.

La hermosa y desgraciada Dorotea se arrodilla a sus pies, refiere sus cuitas al caballero andante, finge ser la princesa Micomicona, le saca la palabra de desfacer su agravio y sinrazón, y con esta preciosa máscara se consigue sacar al loco de la sierra, llevarlo a la venta donde se apodera un profundo sueño de sus miembros, interpolado de un sonambulismo conocido en España, análogo al estado de su fantasía, preludio de una calma de su furor, por la que con poca resistencia se lleva al loco a su casa como encantado en una carreta de bueyes.

La determinación del cura y del barbero de estar cerca de un mes sin ver al enfermo, por no renovarle ni traerle a la memoria las cosas pasadas cuando iba dando muestras de estar en su juicio, fue sumamente acertada; y si no hubiera visto a nadie de los suyos ni su propia casa hubiera sido mejor. El plan de alimentos que se le propone y de que usó era el más conveniente.

Las invectivas del ama, cuando se pronuncia de nuevo la locura, amenazándole que si no se está quedo en su casa se ha de «quejar en voz y en grito a Dios y al rey, que pongan remedio en ello»; y las de la sobrina, cuando le advierte que todo lo que decía de los caballeros andantes era fábula y mentira, y sus historias, ya que no se quemasen, merecían que «a cada una se le echase un sambenito o alguna señal en que fuese conocida por infame y gastadora de las buenas costumbres», eran medios muy adecuados y en España los más poderosos; lo mismo que los había usado el canónigo de Toledo.

El tercero de esta misma naturaleza fue convenio del mismo cura y barbero en unión con el bachiller Sans[ó]n Carrasco, que disfrazándose también con nombre de caballero de los Espejos luchó con don Quijote, aunque no con tan buen suceso y ventura la primera vez como la segunda, en Barcelona, cuando tomó el de caballero de la Blanca Luna.

Hasta el próximo fin de la enfermedad de don Quijote, cuando resolvió hacerse pastor y vivir en el campo, se usa del mismo plan; el bachiller le anima y alienta a que se levante para empezar el ejercicio pastoril, le dice que tenía una égloga compuesta, y comprados a un ganadero del Quintanar dos famosos perros para guardar el ganado, el uno llamado Barcino, y el otro Butrón.

La penúltima estratagema moral trajo la diminución de la locura de don Quijote, pintada por Cervantes con tal exactitud, tan semejante a la verdad, que parece haberle prestado el pincel el médico de Capadocia, y que el español mejoró el colorido, pues casi son idénticas las palabras de uno y otro, pero más galanas las de este al referir los fenómenos morales del diminución de la locura.


Es digna de notarse la observación del señor Hernández Morejón en punto a la abertura del cadáver del héroe manchego, que echa de menos en el autor considerado como médico; y no admira tanto la ocurrencia como las palabras preñadas de profundo saber que sirven de disculpa a Cervantes.

Una cosa falta, dice, en mi concepto en la obra de Cervantes para el complemento de la historia, a saber: la abertura del cadáver de don Quijote. ¿Pero dejó de ponerla porque estuviese penetrado de la insuficiencia de la anatomía patológica en estas enfermedades, o porque, habiendo vuelto en sí de la locura, ya no era la secura del cerebro la causa próxima ni el asiento de ella cambiada en otra enfermedad, y no hubiera hallado cosa alguna que coincidiese con los extravíos de la imaginación? ¿Fue el motivo acaso la imposibilidad de ejecutarla por la preocupación que generalmente tienen las gentes e interesados del difunto en los pueblos en que esto se ejecute? Nada se ha encontrado de esto en la historia de Cide Hamete Benengeli.


Ni hemos de acabar este folletín sin poner a la vista de nuestros lectores la apóstrofe sentida y picante y discreta con que el doctor español termina su opúsculo. Dice así: «¡Sombra inmortal de Cervantes! Entre tanto profano que osa meterse a médico, entre tantos detractores de la profesión más benéfica, tú naciste para ella; tú a los médicos sabios, prudentes y discretos los ponías sobre tu cabeza y mirabas como una persona divina. [Recibe,] pues, el tributo de gratitud y mientras las […] artes a porfía levantan monumentos a tu gloria yo te dedico otra más indeleble colocándote en la historia de la medicina española».

Aquí tienen nuestros lectores los primeros rasgos del folleto verdaderamente original que hemos analizado, parto digno de la erudición médica del difunto Morejón, a quien la ciencia debe tantos elogios como él tributa a la medicina española en la Historia, que deseamos ver pronto impresa.





GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera