Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Discurso sobre el teatro (conclusión)”
Autor del texto editado:
Burgos, Javier de (1778-1849)
Título de la obra:
El Panorama. Revista de literatura y artes, tercera época, año cuarto, nº 122
Autor de la obra:
Azcona, Agustín (dir.)
Edición:
Madrid: Imprenta de El Panorama, 1841


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DISCURSO SOBRE EL TEATRO

(Conclusión)


Inverosímil y casi imposible parecía que un teatro elevado de repente a tan grande altura pudiese sostenerse en ella, e imposible del todo que pudiese elevarse a altura mayor mientras conservasen las composiciones el carácter que les habían dado y las formas de que las habían revestido los cuatro poetas de que acabo de hablar. Dos años había que reinaba Felipe III cuando vio la luz el insigne don Pedro Calderón de la Barca, que habría eclipsado a Lope de Vega mismo si este hubiese podido serlo. Calderón no compuso a la verdad tantas comedias como él, porque desde el principio del mundo nadie igualó en eso a Lope, ni nadie hasta el fin del mundo le igualará verosímilmente. En 1500 comedias de a 3000 versos cada una se pueden regular sin exageración las composiciones dramáticas de este monstruo de la naturaleza, como le llamaba Cervantes, y yo he dicho en su biografía que no sería temerario hacerlas subir a 1800. Pero, si Calderón no llegó a este número, llegó al igualmente prodigioso de 500, y llegó de una manera muy superior, que hasta ahora no se ha calificado cual lo exigía, y lo exige aún, nuestra gloria literaria.

Calderón, en efecto, no es solo el primer dramático español, sino uno de los primeros dramáticos del mundo. Su mérito no consiste en haber sacado al teatro muchos sucesos notables de la mitología y de la historia de todos los países, ni en haber presentado en él a Apolo, Faetón, Marte, Prometeo, Adonis, Jasón, Hércules, Teseo, Semíramis, Cenobia, Absalón, los Macabeos, Herodes, Cosdroas y otros cien personajes fabulosos o históricos. No; Calderón no merece elogios en esta parte, pues, sobre haber siempre alterado o desfigurado los hechos de la historia y de la fábula, alteró también o desfiguró el carácter de los personajes históricos o mitológicos, a casi todos los cuales atribuyó los sentimientos y prestó el lenguaje de la época en que él vivía. Así, al domador de monstruos, al héroe de la Grecia salvaje, a Hércules, en fin, le hizo celoso, porque en el siglo XVII de J. C. eran celosos todos los amantes españoles. Al rudo y bozal Coriolano le hizo hablar culto, porque en el siglo XVII de J. C. hablaban culto todos los que en España habían sido medianamente educados. No se busque, pues, en la mayor parte de las composiciones de Calderón lo que los preceptistas llaman costumbres y caracteres.

Pero búsquense, en cambio, y casi siempre se hallarán, fabulas vigorosamente trazadas y diestra y rápidamente conducidas; búsquense, y casi siempre se hallarán, pensamientos elevados, combinaciones dramáticas de un grande efecto, formas elegantes y seductoras, y entre ellas una versificación a cuyo encanto no es posible que resista el hombre más infelizmente organizado. En El mayor monstruo los celos, A secreto agravio secreta venganza y El médico de su honra trazó tres veces Calderón el mismo argumento, y en cada una de estas piezas varió de tal modo las situaciones, diversificó de tal manera los incidentes, que apenas se apercibe el espectador de ser idéntico el gran pensamiento que en las tres composiciones se desenvuelve. En un tiempo en que las demasías de los nobles comprometían con frecuencia el honor de los plebeyos, El alcalde de Zalamea y La niña de Gómez Arias no eran solo excelentes comedias, sino actos de civismo ilustrado, de filantropía desinteresada y pura, pues el autor pertenecía por su nacimiento y su posición a la clase de los opresores, y, sin embargo, no titubeó en aterrarles blandiendo sobre sus cabezas el azote de la justicia y mostrando así a los oprimidos que podían contar con la de los hombres. En El mágico prodigioso, Los dos amantes del cielo y La devoción de la Cruz familiarizó Calderón a sus oyentes con las inspiraciones celestiales, les mostró los efectos saludables de las creencias religiosas y los medios de atenuar con ellas el rigor de las condiciones de la existencia humana. En La vida es sueño procuró materializar las ilusiones de esta misma existencia, y combatirlas y desvanecerlas materializándolas. En fin, en sus comedias que llamaron de capa y espada pintó a los hombres de su época tales como eran en su interior, señaló sus vicios y sus ridiculeces, sus cualidades y sus virtudes, y reveló así a las generaciones futuras la organización de la sociedad española bajo la dominación de los tres últimos soberanos de la dinastía austríaca.

El teatro de Calderón, expresión verdadera, completa y variada de las costumbres y de las creencias de una gran nación durante un largo periodo, es, pues, un monumento digno del estudio de todo español amante de su patria, digno del respeto con que le tratan y de la veneración que le tributan los literatos extranjeros, y en particular los más ilustres de la culta Alemania.

Ni es solo un monumento histórico el teatro de Calderón: es además un tesoro literario en que hallarán los que con atención le examinen las más ricas y variadas joyas. ¿Dónde, en efecto, encontrarían los aficionados a la concisión y a la sublimidad bíblica un pensamiento más profundo, más elevado que el contenido en los cuatro versos siguientes de La devoción de la Cruz?

Ese sagrado madero,
iris de paz que Dios puso
entre las iras del cielo
y los delitos del mundo.


Los que han meditado sobre las miserias de que plugo al autor de la naturaleza rodear la existencia humana hallarán igualmente admirable el pensamiento contenido en la siguiente décima de La vida es sueño:

Apurar cielos pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque, si nací, ya entiendo [5]
qué delito he cometido:
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido. [10]


En Las armas de la hermosura Coriolano, unido a los Sabinos, trata de vengar con su auxilio el ultraje que había recibido del senado de su patria; su padre le recuerda lo que a ella le debe y los remordimientos que debe causarle su destrucción, y el empedernido proscrito, tratando de conciliar su resentimiento con su patriotismo, dice:

Por la azul campaña pura
que a cargo mi causa toma,
que ha de ser hoy la gran Roma
de sus hijos sepultura.
No ha de haber piedra segura [5]
en sus altos muros, no;
y, al mirar que ya cayó
su fábrica peregrina,
si no hay quien llore su ruina,
lloraré su ruina yo. `[10]


¿Se desea ver cómo puede una mujer rechazar de un modo delicado y seductor los obsequios de su amante? En Para vencer amor querer vencerle se encuentra una escena deliciosa en que la dama empieza por elevar a las nubes el mérito de su galán, diciéndole entre otras lisonjas, por cierto muy bien merecidas:

De ser galán y valiente
la fama el informe os hace,
pues, siendo en la corte Adonis,
sois en la campaña Marte.


En seguida le induce a no extrañar que no recompense ella con su cariño todas las prendas que ensalza, diciendo:

Puesto que de Amor y Venus
en los sagrados altares
de agradecidas finezas
tan pocas lámparas arden.


Fácil me sería multiplicar las citas, pero yo haré un servicio mayor a mis oyentes, y en particular a los que se dediquen a la poesía dramática, exhortándolos a leer y estudiar el teatro de Calderón. No hizo tanto Shakespeare por el de su patria, no hicieron tanto por el de la suya Corneille, Racine y Molière; todos ellos fueron contemporáneos de Calderón, y de todos ellos se representan hoy las composiciones en los teatros de Inglaterra y de Francia con el mismo o quizás mayor entusiasmo que en la época de su publicación. ¿Por qué no sucede lo mismo con las de Calderón? Reservemos este examen para la próxima conferencia.



Javier de Burgos


(De La Alhambra. )






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera