HUERTA
(Don Vicente García de la)
HUERTA
(Don Vicente García de la)
Oficial primero de la Biblioteca Real, e Individuo de las Academias Española, y de la Historia.
Biblioteca Militar Española. Madrid, por Antonio Pérez de Soto, Impresor de los Reinos, y de las Reales Academias Española, y de la Historia. Año de
1760,
en 8.º. Precede
un
Discurso sobre la utilidad del arte de la guerra.
Luego sigue una lista, en que por orden alfabético coloca a los Autores Españoles que han escrito de fortificación, Artillería, Náutica, construcción, y demás ramos pertenecientes a la misma. Sé que el Autor la ha aumentado después mucho, y que piensa en publicarla con mayor extensión.
Obras poéticas de Don Vicente García de la Huerta... Publícalas Don Antonio de Sancha. En Madrid: año de
1778, dos
tomos
en 8.º de marquilla. El Señor Huerta se había granjeado bastante
crédito
en la poesía, y sus composiciones se leían con
gusto.
Algunas se habían impreso: pero andaban sueltas, y se deseaba su colección. Esta la hizo, y la imprimió a su costa Don Antonio Sancha, juntamente con el retrato del Autor, que le costearon sus amigos. Las principales piezas mantenidas en esta colección son dos
Tragedias,
la Raquel,
y
Agamenón vengado.
Endimión, poema heroico.
Una
Égloga Piscatoria,
leída en la junta general celebrada por la Real
Academia
de San Fernando en 28 de agosto de 1760 para la distribución de los premios a los Discípulos de las Nobles Artes.
Canto
recitado en la misma Academia con igual motivo, en tres de junio de 1763.
Canción,
que
por encargo de aquella Academia compuso el Señor Huerta, con motivo de haber remitido a ella el Príncipe N. Sr. y el Sr. Infante Don Gabriel dos diseños de Arquitectura, delineados, sombreados, y firmados de sus manos, en el mismo año. Los
Bereberes, Égloga africana,
a la erección de la estatua que dedicó a la memoria del Rey N. Sr. en la plaza de Orán el día 20 de enero de 1772 el Sr. Don Eugenio de Alvarado, su Comandante. La Epístola XII de Ovidio
traducida
en
Italiano
por Don Ignacio de Cinisselli, de Orden del Exmo. Señor Duque de Huéscar, y al Español por Don Ignacio Luzán, y por el Señor Huerta. Una
Loa,
y varios romances amatorios, con otras composiciones en diferentes especies de versos
latinos
y Castellanos.
Aunque todas las obras del Señor Huerta tienen su mérito, la
Raquel
como que las ha
obscurecido
a todas. Antes de imprimirse se habían esparcido ya
muchísimas
copias dentro, y fuera de España; se había representado en los teatros, y en las casas particulares; y se deseaba con ansia su impresión. Después de esta ha continuado con el mismo aplauso , y a pesar de algunos
defectos,
pasa por la mejor, o a lo menos por la menos mala obra de la
Nación
en esta clase.
Con efecto, apenas se encontrará otra
Tragedia
en que se guarden las
unidades
con tanta exactitud. Está dividida en tres jornadas, o actos: pero ni entre estos, ni entre las escenas se encuentra interrupción alguna. La una llama a la otra, y todas ellas forman un tejido uniforme, en que sólo resaltan los caracteres, y las varias circunstancias de la acción, y de las personas. El genio de cada una de estas está sostenido hasta el fin con bastante
igualdad.
Raquel siempre es altiva, y presuntuosa: Alfonso buen Rey, pero enamorado: García un ricohombre lleno de patriotismo; pero invariable en su lealtad al Rey; Manrique un Ministro adulador; Rubén un Judío astuto; Alvar Fáñez un Castellano intrépido. El
estilo
es correspondiente a la acción, y a la grandeza de las personas que la representan.
Se le han notado a esta Tragedia dos
defectos:
el uno toca al arte, y el otro a la
moral.
Se ha dicho, que no es verosímil que los conjurados, cuando entran a matar a Raquel, gasten conversación con ella, sobre si ha de morir, o no ha de morir.
Pero
si se reflexiona bien aquel pasaje, acaso no se encontrará en él tanta inverosimilitud, como se ha querido ponderar.
[…]
El otro reparo acaso no tiene mayor fundamento que el primero. Se dice que la Tragedia de Raquel es una acción de mal ejemplo, y como está ordenada por el Señor Huerta de pésima
moral.
Otros no encuentran en ella, ni tal mal ejemplo, ni tal pésima moral. El punto de vista en donde se han de mirar todas las piezas Dramáticas es la catástrofe, o desenredo de la fábula. Si en ésta no queda castigado el vicio, y premiada la virtud, podrá decirse de mala moral y ejemplo. En
la Raquel
ésta queda muerta, con su consejero Rubén. La conjuración se forma con la mayor atención al
decoro
del Rey, y aun de esta suerte está continuamente reprobada por Fernando García, que es el personaje más cuerdo de todo el Drama. Los sabios consejos de éste, y su representación, sirven en algún modo de
contraste
a la precipitación de Alvar Fáñez y de los conjurados.
[…]
Si por esta parte no es de mala moral
la Raquel,
sólo falta que lo sea por cuanto presenta al público el mal ejemplo de un Rey enamorado, que sacrifica a su pasión todas las obligaciones. Pero del modo con que se representa, más que para inspirar el vicio,
sirve
para
infundir
el terror en las mujeres de ver el funesto fin que tiene el amor, aun estando sostenido por la autoridad de los Reyes: y en estos del grave riesgo a que exponen sus estados por la misma causa.
Aunque creo que estos dos defectos que se han notado a
la Raquel,
o no lo son, o no son tan grandes como se ha querido ponderar; no por eso la tengo por
libre
de ellos enteramente, y si mi objeto en esta
Biblioteca
fuera censurar las obras de que doy noticia, podría notar otros acaso más reparables, y de mayor consideración en cuanto al arte. Tal es por ejemplo el soliloquio de Alfonso en la jornada segunda, que aunque bello en cuanto al
estilo,
es muy trivial en cuanto al pensamiento, y además de esto inoportuno, como todos los demás, que no están animados de la acción, y que se reducen a meras reflexiones filosóficas. Es totalmente
inverosímil
que Alfonso colocara sobre su trono a Raquel. Los Reyes de España nunca han sido tan absolutos, que haya estado en su mano el poner a quien han querido sobre el trono: ni la nación tan sufrida, que pudiera consentir semejante ultraje; no digo con una concubina, pero ni en un Príncipe heredero, sin la debida formalidad, y ceremonias correspondientes. ¿Qué diremos del irse el Rey a caza, y dejar a su amante expuesta al riesgo de una conjuración declarada, y peligrosa?
[…]
Estos, y otros defectos que pudieran referirse tiene
la Raquel.
¿Pero cuántos no encontró la Academia
Francesa
en el famoso
Cid
de Pedro Corneille? y con todo eso el
Cid
fue por mucho tiempo la mejor Tragedia de la Francia, y aun actualmente disputa a todas las demás la preferencia.
Teatro Español, por Don Vicente García de la Huerta.
En Madrid: en la imprenta Real. 1785. Diez y siete tomos en 8.º. Precede a toda la obra un
prólogo,
en el que hace el Señor Huerta una
crítica
muy severa del Dr. Signorelli, Voltaire y Linguet, por haber censurado nuestro teatro sin conocerlo, ni entender bien nuestra lengua, como lo manifiesta con varios ejemplos de sus traducciones. En despique de la libertad e impericia con que aquellos, y otros
extranjeros,
particularmente los franceses, han hablado de nuestro teatro, nota en general la frialdad de sus composiciones, el decantado estudio, y observancia de las
reglas,
que dice ser en ellos efecto más de falta de ingenio, que del arte. Advierte en sus Tragedias más celebradas, cuales son, entre otras, la
Jaira,
la
Fedra,
y la
Atalía
los mismos, y mayores defectos que ellos han notado en nuestros Dramas. Declama
contra
los españoles transpirenaicos, que así llama a los inconsideradamente apasionados a los franceses, y últimamente propone el plan de su
Teatro Español.
En vista de la obra que con el mismo título publicó en Francia Mr. Du-Perron de Castera en 1749, Don Blas Antonio
Nasarre,
Bibliotecario Mayor que era entonces de S. M. en el prólogo que precede a las Comedias de Miguel Cervantes, reimpresas en el mismo año, dijo “que podemos asegurar sin el vicio de que es notada nuestra nación de muy amante de sí misma, y desdeñosa de las
demás:
que tenemos mayor número de Comedias
perfectas,
y según arte, que los Franceses, Italianos, y Ingleses juntos, como se puede probar, contando las unas, y las otras, siendo jueces los mismos Franceses, Italianos y Ingleses de las que tienen ellos por buenas, y dándoles nosotros unidas en volúmenes, que se imprimirán por quien hace esta Colección, las que están elegidas de Rojas, de la Hoz, de Moreto, de Solís, y de otros Poetas Cómicos, que cuando quisieron, guardaron religiosamente los
preceptos
del arte”.
Después del Señor Nasarre, habían tenido otros el mismo pensamiento de publicar un Teatro Español, o Colección de las mejores piezas
Dramáticas
Españolas. Pero viendo el Señor Huerta que nadie llegaba a ponerlo en ejecución, y continuando las equivocaciones de los
extranjeros
en punto a nuestro Teatro, como se vio en el
Teatro Francés,
empezado a publicar en el año de 1780, del que también se ha hablado en esta obra, resolvió el hacer la Colección del Español.
El Señor Huerta, más instruido que Nasarre en la Dramática, no ha tenido la fragilidad de creer como aquel Bibliotecario, que
tenemos mayor número de Comedias perfectas, y según arte, que los franceses, italianos, e ingleses juntos.
“No debe esperar el público, dice, que se le presenten en esta Colección unas Comedias exentas enteramente de
defectos.
Mis diligencias, y anhelo no han bastado a hallar ninguna de aquellas muchas, que aseguró Nasarre tenía el Teatro Español: pues aunque he recorrido los Autores, que él cita, ni en Rojas, ni en la Hoz, ni en Moreto, ni en Solís he podido encontrar más que ciertas Comedias, que sin incluir defectos substanciales contra una verosimilitud racional, pecan con todo eso contra algunas de aquellas rígidas
reglas
de pura convención, que observan como fulminantes Cánones del consistorio del Parnaso, los que disimulan su
falta
de fuego e invención con el especioso pretexto de exactos, y escrupulosos. De esto se infiere, que
Nasarre
entendió la regularidad, que preconiza de sus ofrecidas Comedias, en este sentido, o que prometió más de aquello que podía cumplir, no obstante la
salva,
y aparato de su aseveración”.
Pero con todo afirma que “no quedaría su proposición tan sujeta a la nota de jactancia, si se redujese a afirmar, que se puede presentar a los
extranjeros
un extraordinario número de piezas españolas, que sin embargo de algunas irregularidades, envuelven más ingenio, más invención, más gracias, y generalmente
mejor
poesía que todos sus teatros correctos, y arreglados”.
Divide el Señor Huerta su Teatro en tres partes, en las que incluye las Comedias, y prólogos siguientes.
[…]
Tragedias de Don Vicente García de la Huerta, Suplemento al Teatro Español.
Esta obra está dedicada al Señor Don José Arizcun, quien habiendo sabido el pensamiento que tenía Don Vicente García de la Huerta de publicar el
Teatro Español,
y de
vindicar
a nuestra nación de las invectivas de los
extranjeros,
y que no lo podía imprimir por falta de medios, se ofreció voluntariamente a
costearla,
y a este fin mandó se pusieran a su disposición todos los caudales que se necesitarán para ello, y así se ha hecho, manifestándose con esta acción el
gran
corazón, y patriotismo de aquel Caballero.
A poco que se había empezado a publicar el
Teatro Español,
salió
contra
él una
sátira
con el título de
Continuación de las memorias críticas, por Cosme Damián.
Al principio de ella se pone el lugar de Cervantes, que queda dicho en la pág. 89 y en su contenido se ridiculiza el empeño en que se había metido el Señor Huerta de publicar un Teatro Español, constando por confesión del mismo, que no tenemos Comedia alguna de las
antiguas
según reglas: y que ya que se resolvió a aquella empresa, no corrigiera a lo menos las que tuvieran menos que reformar.
Contra
este papel escribió el Señor Huerta otro
intitulado:
Lección Crítica a los lectores de la continuación de las Memorias Críticas de Cosme Damián, por Don Vicente García de la Huerta.
En él procura manifestar la
inoportunidad
con que está aplicado el texto de Cervantes: rebaja la autoridad de éste en materia del teatro; le nota de mordaz, y de
envidioso
del mérito de Lope de Vega, y de otros Dramáticos de su tiempo, mejores que él; y declara “que no aprueba las Comedias desatinadas, esto es, aquellas en que se hallan las monstruosidades, que Cervantes censura, y reprende en el lugar mal citado de Cosme Damián, y en otros diferentes de sus obras... Que ninguno de estos groseros defectos se han defendido en su Teatro, ni aun se podrá encontrar en su prólogo la más ligera alusión a este propósito. Que por otra parte las Comedias de su
Colección
no tienen, ni tendrán semejantes absurdos, ni hay alguno entre los que censuran sus obras, que no tenga el pesar de creer que es incapaz de incurrir en semejantes necedades”.
Contra
este papel salió luego otro intitulado
Tentativa de aprovechamiento crítico de la Lección Crítica de Don Vicente García de la Huerta,
y después
las
Reflexiones Críticas
de que se ha hablado en el artículo
Forner.
Es
lástima
que hasta ahora no se haya sacado toda la utilidad que podía esperarse de este acaecimiento literario. En los escritos a que ha dado ocasión el
Teatro Español
se ha pasado por alto el objeto principal, y se ha gastado el tiempo inútilmente en los accesorios. Lo primero que debía examinarse para impugnar al Señor Huerta es, si éste ha cumplido bien el oficio de
Colección,
esto es, si las Comedias que ha incluido en su
Teatro
son las mejores, o las menos malas de los Españoles. Lo segundo, si las que Don Vicente tiene por las mejores de nuestro Teatro, con todos sus defectos, son tan buenas como las mejores de los
extranjeros,
según él dice. Para esto era necesario ponerse en un estado de indiferencia, y no tomar partido, hasta ver el resultado del examen crítico de las piezas que se hubieran de cotejar, fijar bien los términos de la cuestión, examinar filosóficamente lo que es ingenio, y lo que es arte, y en que consiste la belleza poética principalmente; si lo que se llama ingenio en las Comedias Españolas lo es tal, o más bien desvaríos de la imaginación, apoyados por la costumbre, y por la ignorancia de los espectadores; si lo extraordinario, y maravilloso es más perfecto, que lo sencillo y natural, como si dijéramos, si un monstruo, que excita más la admiración, es más perfecto que un hombre bien formado. Si aun cuando se quiera dar la preferencia al
ingenio
desarreglado, las Comedias Españolas son tan ingeniosas como se supone por los más, o si consiste lo principal del enredo de su fábula en los medios inverosímiles, y repetidos de una sala a obscuras, el manto, el jardín, el retrato, y algunos otros más, que son la llave de casi todas ellas. Estos y otros puntos, que podían moverse en semejante examen, tratados con juicio, oportuna erudición, y buen estilo, serían mucho más importantes, y útiles que las críticas vagas, y sátiras frívolas con que hasta ahora se ha entretenido al público.
Pero aun cuando se probara que Don Vicente García de la Huerta es un mal Colector, y que sus obras abundan de vicios, y defectos substanciales, no se le podrá
negar
que es el autor de una crítica bien fundada de Signorelli, Voltaire, y Linguet, y de una Tragedia que hasta ahora pasa por la
mejor
de cuantas tienen los españoles.
La fe triunfante del amor y cetro. Tragedia, en que se ofrece a los aficionados la justa idea de una Traducción Poética, por Don Vicente García de la Huerta, entre los Fuertes de Roma Antíoro, entre los Arcades Aletofilo Deliade, etc.
En
Madrid,
en la Oficina de Pantaleón Aznar. Año de 1784. En 8.º.
Precede una advertencia en la que se da noticia del
mérito,
y del aplauso con que ha sido recibida generalmente esta Tragedia, que es la
Zaida
de Mr. Voltaire, o
Jaira,
como traduce el Señor Huerta, y de las muchas traducciones que se han hecho de ella, particularmente al Castellano, en cuya lengua corren varias manuscritas, y entre ellas una de cierta Dama, de mucho mérito, y dos impresas, la una en Cádiz, por Don Juan Francisco del Postigo en el año de 1765 y la otra en Barcelona por dos veces: la primera sin la nota del año, y la segunda en el de 1782 por Carlos Gibert y Tutó. Trata de la dificultad de traducir bien las piezas poéticas, notando algunos de los muchos vicios que en esta parte cometió Mr. Linguet en el
Teatro Español
que publicó en París en 1770.
El Señor Huerta no ha hecho su traducción por el original
francés,
sino por la segunda traducción impresa en Barcelona, lo que es muy reparable, particularmente cuando la propone como por la
justa idea de una traducción poética.
Pero con todo a pesar de esta circunstancia, su traducción parece que tiene muchas
ventajas
sobre las otras dos, a lo menos en cuanto al estilo, como se puede en parte conocer por el cotejo del principio de la Tragedia.