CAPITULO VII
Diferencia entre el estilo poético y el de la prosa
Hemos
manifestado, con la extensión que en una obra de esta clase es posible, las diferentes
reglas
que sirven para llegar a la perfección del lenguaje, ya en prosa, ya en verso; y por lo dicho se ha debido conocer la gran diferencia que existe entre estos dos modos de expresar nuestros pensamientos. Pero esta diferencia no aparece hasta ahora sino en la material construcción de la frase, siendo la prosa una serie de periodos de distinta extensión y medida; distinguiéndose de ella únicamente el verso en que tales períodos se sujetan a una medida, y se dividen en porciones simétricas de determinadas dimensiones.
Pero mezquina e incompleta sería la idea que se diese de la
poesía
si a esto solo se redujera su definición, y no merecería tan material diferencia el trabajo mayor que cuesta el escribir en verso. Pondremos un ejemplo. Supóngase que un amigo residente en el campo, escribe a otro:
«Durante el término prolijo del día, con alegría y paz inalterable leo algunos ratos y otros escribo; así vivo ocupado, sin otros afanes, me sobra mucho tiempo para todo. Esta, atento amigo, es la vida deliciosa que te cuento; si por quieta y sencilla te agrada, vente a esta villa a vivir conmigo».
Este trozo de prosa, en que
nada
hay de notable, puede sin embargo ponerse en verso con las mismas palabras y sin más que algunas ligeras alteraciones en la inversión.
En el prolijo término del día
con paz inalterable y alegría,
algunos ratos leo, otros escribo
así ocupado vivo;
y sin otros afanes, de este modo
me sobra mucho tiempo para todo.
Esta es, amigo atento,
la deliciosa vida que te cuento:
si te agrada por quieta y por sencilla,
vente a vivir conmigo a aquesta villa.
Estos versos con que termina don Gregorio de
Salas
su «Observatorio Rústico», en nada se diferencian de la prosa anterior, y no merecen el trabajo que habrán costado, pues no añaden belleza alguna. Lo contrario sucede con los siguientes versos, tomados, sin embargo, de uno de nuestros más
sencillos
poetas, Fray Luis de León.
Entonces veré cómo
la soberana mano echó el cimiento
tan a nivel y plomo,
do estable y firme asiento
posee el pesadísimo elemento.
Veré las inmortales
columnas do la tierra está fundada,
las lindes y señales
con que a la mar hinchada
la Providencia tiene aprisionada.
Si se ponen en prosa, tendremos:
«Entonces veré cómo la mano soberana echó tan a nivel y plomo el cimiento do el elemento pesadísimo posee estable y firme asiento. Veré las columnas inmortales do está fundada la tierra: las lindes y señales con que la Providencia tiene aprisionada a la mar hinchada».
Aquí ya no sucede lo mismo que antes: este trozo de prosa parecería mal por su falta de naturalidad, por la introducción de algunas voces nunca usadas, por ciertas perífrasis ajenas de la claridad, y por epítetos que dan a la frase un aire
afectado
y pedantesco. En prosa debería decirse: en vez de
mano soberana, Dios o el Ser Supremo,
en vez de
pesadísimo elemento, el mar:
en lugar de
do, donde;
y
columna,
por
coluna.
No se daría a la mar el epíteto de
hinchada
ni a columnas el de
inmortales;
tampoco se diría poseer firme cimiento, sino tener firme cimiento. Hay más: las imágenes que pintan a la tierra sostenida por columnas y el mar aprisionado y con asiento son demasiado atrevidas para la prosa, que se contiene siempre dentro de
límites
más estrechos. Todo esto prueba que independientemente de la versificación, prescindiendo también de la mayor inversión en el orden de las palabras, hay en aquel trozo de poesía algo que le distingue de la mera prosa.
Por consiguiente, la buena prosa puesta en verso puede no ser poesía por faltarles ciertas circunstancias propias de esta, y viceversa: la buena poesía hace también mala prosa, por el defecto contrario, por tener ciertas cualidades que no convienen a la prosa. En otros términos: la poesía prosaica es mala, y también lo es la prosa poética. Luego hay gran diferencia entre el lenguaje de la prosa y el de la poesía.
Sin salir del ejemplo anterior, vemos que esta diferencia ha consistido:
– En el uso de inversiones lícitas en el verso y no consentidas en la prosa.
– En el de imágenes y figuras que en prosa serían exageradas.
– En el de voces exclusivamente propias de la poesía.
– En dar a ciertas expresiones un sentido o significación que en el lenguaje común no tienen.
– En dar a los nombres epítetos más atrevidos y con más profusión que en la prosa.
– Finalmente, en ciertas licencias permitidas en el verso y no en la prosa, como quitar o añadir letras a algunas palabras, variar los artículos, etc.
Daremos ejemplos de todos estos casos.
Inversiones.
En la poesía se invierte con mucha más libertad que en la prosa el orden lógico y gramatical de las palabras, como cuando se separan los pronombres de los sustantivos a que se refieren, los adjetivos de las palabras que califican, los artículos de los nombres a que van unidos. Ejemplos:
Estos, Fabio;
¡ay dolor! que ves ahora
Campos de soledad. (Rioja).
Por
aquel
de los míseros
gemido. (Herrera).
O ya sus
alas
sacudiendo
negras. (L. Moratín).
En
la
que va a crecer
floresta umbría. (Id).
Ninguna de estas separaciones de palabras se permitiría en la prosa.
Imágenes.
Existen muchas ideas abstractas cuya
sencilla
expresión, o bien sería
oscura
y poco inteligible para el lector, o bien se presentaría bajo una forma vulgar y poco grata a la poesía. Entonces conviene buscar algún objeto en la naturaleza que pueda representarlas. A esta representación de las operaciones interiores del ánimo con palabras que expresan acciones exteriores y visibles es a lo que se da el nombre de imagen; y si en la prosa es un adorno agradable que siempre tiene mérito empleado con tino y mesura, en la poesía es un requisito indispensable, pues la poesía, por decirlo así, vive de imágenes, y saca de ellas su mayor gala y hermosura. El mérito de la imagen estriba principalmente en presentar al entendimiento un cuadro que pudiera trasladar fácilmente al lienzo el pincel de un pintor: cuando falta este requisito la imagen es defectuosa.
Los ambiciosos desprecian la muerte:
he aquí una sentencia que nada tiene de particular, y un moralista no la presentaría de otro modo; pero en boca de un poeta sería vulgar, y así
Rioja
le da una
novedad
y una viveza extraordinarias cuando dice:
Y la ambición se ríe de la muerte.
El mismo Rioja para encarecer el poderío de Trajano, dice de él:
Ante quien muda se postró la tierra.
Y para representar esta máxima: «El varón justo quiere más sufrir los infortunios que adular al poderoso»; dice el propio poeta:
El corazón entero y generoso
al caso adverso inclinará la frente
antes que la rodilla al poderoso
Figuras.
Las comparaciones, las metáforas, las perífrasis, las prosopopeyas son más frecuentes, más brillantes y atrevidas en la poesía. El prodigarlas en la prosa suele ser una
afectación
ridícula; pero la poesía las busca y se complace con ellas. Inútil es añadir aquí más ejemplos a los que hemos presentado al tratar de este asunto. Solo diremos que en poesía son más comunes las perífrasis, y que en vez de citar a una persona, o a un objeto muy conocido, por su nombre propio, se suele usar de cierto rodeo, v. g,
el cantor de Tracia,
por Orfeo;
el hijo de Peleo,
por Aquiles;
el conquistador del Asia,
por Alejandro.
Pero aunque las imágenes y figuras son esenciales en la poesía, conviene no hacerlas tan artificiosas que se conviertan en una especie de enigma o degeneren en ridículas. No se diga con
Lope,
hablando de rosas:
Las hijas de los pies de Venus bellas;
ni para mencionar las trompetas:
Tantas lenguas de bronce hablando el viento.
Tampoco es bella la comparación de
Villegas
cuando refiriéndose a la hermosura de Venus, pregunta:
¿Quién es el hortelano de sus lises?
Y Balbuena se expresa con trivialidad en este verso:
En la incierta baraja de los días.
Voces poéticas.
La poesía es más atrevida que la prosa en adoptar voces peregrinas, pues esta se contenta con tener una palabra exacta para expresar cada idea, y aquella apetece muchas más cualidades.
Sin embargo, en punto a voces técnicas y otras que el uso toma de lenguas extrañas para expresar objetos o ideas nuevas, es la poesía mucho más cauta que la prosa, la cual puede tener a veces esta necesidad para darse a entender; pero la poesía respeta infinitamente la lengua, y repele tanto más las voces exóticas cuanto que tiene mayor licencia para usar de perífrasis y metáforas.
Las voces compuestas son de más uso en poesía que en prosa y hacen un bellísimo efecto en aquella, muchas que en esta serían afectadas.
Lope
pinta con gran
belleza
el
«undísono mar».
Garcilaso dice:
Más mortífero
siempre y ponzoñoso
Ercilla:
Y las aves
alígeras
del cielo.
Herrera:
El
flamígero
rayo se desata.
Los arcaísmos sientan igualmente mejor a la poesía que a la prosa; y algunos que hay que desterrarlos de esta, son sin embargo ya familiares a aquella.
Ufanía, relazar, abastar, desamorado, encruelecerse, enseñorearse, cuita, anhélito, graveza, aquejar, braveza, porfioso, retejer, riente, esplendor, enseña, escombrar, repastar, descreído, rebramar, concento, desplacer, reluchar, cuidoso, boscaje, sombroso, rimbombe, retumbo
y otros muchos habían desaparecido de nuestra lengua, pero han sido rehabilitados por
Meléndez
y demás restauradores del buen
gusto.
También es muy frecuente entre los poetas dar a pueblos, sitios, ríos, los nombres que antiguamente tenían, en vez de los actuales; como
Ibero
por Ebro,
Betis
por Guadalquivir,
Gades
por Cádiz, el
mar Hercúleo
por el estrecho de Gibraltar, la
Bética
por Andalucía, etc. Finalmente, así como hay voces propias de la poesía, hay otras que disuenan en ella, y que es preciso, o no emplear nunca, o evitar cuanto se pueda; de este modo son:
aunque, sin embargo, por eso, por tanto, en cuanto, siendo así, por consiguiente, por lo mismo,
etc., y los adverbios en
-mente,
los superlativos, y otras muchas que hacen el lenguaje en extremo prosaico.
Acepción diversa de las voces.
Ya hemos visto el ejemplo de poseer por tener;
Rioja
pone
pesadumbre
por peso:
Las torres que desprecio al aire fueron
a su gran pesadumbre se rindieron.
Remitir
por deponer:
Remite al aire el desabrido ceño
Proceder
por adelantarse:
El oro, la maldad, la tiranía
del inicuo procede y pasa al bueno
Epítetos.
En la prosa se debe hacer uso con mucha economía de los epítetos. El lenguaje poético admite algunos que en aquella sobrarían. Ejemplo:
Sale de la sagrada
Cipro la
soberana
ninfa Flora,
vestida
y
adornada
del color de la aurora
con que pinta la tierra, el cielo dora.
de la
nevada
y
llana
frente del
levantado
monte arroja
la cabellera
cana
del
viejo
invierno, y moja
el nuevo fruto en esperanza y hoja.
(Francisco
de la Torre)
Licencias.
Hemos ya hablado de las que se suelen tomar algunos poetas en el modo de contar las sílabas por medio de la sinalefa, diéresis y sinéresis. Hay además algunas otras que diremos aquí:
– La de suprimir alguna letra o sílaba al principio o en medio de las palabras; como
crueza
por crudeza,
espirtu
por espíritu,
ruga
por arruga,
desparecer
por desaparecer,
despiadado
por desapiadado.
– La de suprimir alguna letra o sílaba al fin de las palabras; como
do
por donde,
siquier
por siquiera,
entonce
por entonces,
mientra
por mientras, etc.
– La de aumentar alguna sílaba o letra al fin de ciertas palabras; como
felice
por feliz,
pece
por pez,
feroce
por feroz, etc.
– La de juntar el artículo masculino con nombre femenino. Ejemplos:
Rayaba de los montes
el altura
(Garcilaso de la Vega)
Traspasa
el
alta
sierra,
ocupa el llano
(Fray Luis de León)
– La de suprimir a veces el artículo. Ejemplo:
A Encélado arrogante
Júpiter poderoso
Despeñó airado
en Etna
cavernoso
(Fernando de Herrera)
– La de faltar en algunas ocasiones a la construcción gramatical de los verbos, como cuando Fray Luis de León dice:
«Y mis ojos
pasmaron»,
por
se pasmaron.
– La de admitir o variar algunas letras en las últimas sílabas, como
insine
por insigne,
contino
por continuo,
respetoso
por respetuoso, etc.
Todas estas licencias se deben usar sin embargo con grandísima economía, porque suelen ser el recurso de los
malos
poetas para salir del apuro en que les ponen las trabas de la versificación.
Se ve, pues, cómo de grande es la diferencia que existe entre el lenguaje poético y el de la prosa. Esta diferencia no estriba solo en la versificación, sino que depende de otras cualidades todavía más esenciales, peculiares de la poesía. No es solo la forma exterior la que distingue estas dos especies del lenguaje, sino también las cualidades intrínsecas, aquellas que forman el alma de un escrito y le dan la vida que tiene. La prosa no puede en esto elevarse nunca a la altura de la poesía, y cuando lo intenta se hace enfática y
ridícula.
Los adornos poéticos son como ciertas galas que sientan bien a los reyes y a los altos
personajes;
pero que deslucen aún más a las gentes bajas, toscas y groseras. En esto nos fundamos para desechar lo que se llama prosa poética, la cual, en su género, nos parece tan mala como el verso prosaico. La prosa poética es
mala
porque aspira a lo que no puede alcanzar, porque es un niño que toma los aires de gigante, porque se asemeja a la rana de la fábula, reventando por querer hincharse hasta igualar al buey en su tamaño. La prosa puede elevarse indudablemente a una gran altura, y pruebas de ello nos suministra el estilo oratorio; pero este es el punto mayor a que debe llegar, más allá traspasa sus límites. Y, ¿por qué? Porque la prosa está destinada a contenerse en la esfera de la realidad, mientras la poesía vive en las regiones de la imaginación. Así como su forma exterior, el verso, es una cosa que no existe en la naturaleza, del mismo modo su objeto va también más allá, y su vuelo sube a donde no existen seres creados. La imaginación del hombre, su pensamiento, penetran donde el lenguaje usual no puede seguirlo; para trasladar lo que allí vemos, lo que allí sentimos, necesitamos de un instrumento más poderoso, más eficaz que la prosa, y este instrumento es el verso que todo lo puede, y solo él lo puede todo. La audacia es en él naturaleza, y le está bien como sienta bien al fuerte.