Orden: Artiodactyla
Familia: Cervidae
Características generales
Ungulado de pequeño tamaño, de tamaño similar al de una oveja y con coloración uniforme grisácea o marrón clara. Carece de cola. Los machos tienen una cuerna poco ramificada que mudan en la época invernal; se compone esta de un asta central con una punta inferior proyectada hacia adelante y una dirigida hacia la parte trasera del individuo, más alta que la primera. Al tener los cuartos traseros más levantados que los delanteros y andar con pequeños saltos, le confieren además un aspecto grácil. Peso medio: 25 kg.
La cuerna, como en el resto de cérvidos, es una formación ósea que crece a partir de los pivotes ubicados en la parte superior del cráneo, y a diferencia del resto de los huesos de su anatomía, adquiere su función cuando degenera su irrigación sanguínea y muere. Presente únicamente en machos, no suele superar su asta central los 25 cm de longitud; a esta rama central hay que sumarla una punta que crece hacia adelante y arriba ubicada generalmente en la mitad inferior, y otra trasera que se proyecta hacia la parte posterior de su cabeza y situada en el tercio superior del asta central. Es característico de esta cuerna el abundante perlado que se acumula sobre todo en la base, pero que puede llegar a cubrir casi toda la cuerna.
El corzo ha sido asociado habitualmente con aquellos lugares donde la variedad de vegetación y la presencia de agua propiciarán el desarrollo de los brotes tiernos y ricos en nutrientes que, por otra parte, más solicita el corzo. El volumen estomacal del corzo no supera el 6%, frente a un 15% que, por ejemplo, tiene su pariente el ciervo. Esto obliga al corzo a dos circunstancias: la primera y ya comentada, es a buscar brotes tiernos con la menor cantidad posible de fibra posible. La segunda, a hacer un acopio continuo de alimentos, hecho que condiciona sus ritmos de actividad, necesitando entre 5 y 12 sesiones de alimentación diarias. En buena parte del área de distribución del corzo ibérico, este convive con otros ungulados que, aparentemente, podrían competir por los mismos recursos que le son necesarios a los corzos, aspecto por otra parte bien estudiado en numerosas poblaciones ibéricas (ver Danilkin, 1996). El pequeño tamaño de esta especie, reduce la capacidad de competir con otros ungulados en tanto que disminuye por altura, la capacidad de acceder a un mayor volumen de recursos. Por otra parte, la necesidad en el corzo de conseguir alimentos de calidad que compensen su menor volumen gástrico, le sitúan de nuevo en desventaja frente a aquellas especies que pueden obtener nutrientes de mayor coste digestivo.
El tamaño medio de grupo es mayor en hábitats abiertos que en hábitats boscosos, lo que podría ser una estrategia antidepredatoria frente a los lobos. El reducido tamaño del corzo, le hace especialmente vulnerable a predadores de la talla del lobo (Canis lupus), hecho descrito en buena parte del área de distribución de la especie; concretamente, el corzo viene a ser una presa fundamental dentro de lo que es la ecología trófica de este predador siendo un factor que puede incluso modular el propio tamaño poblacional en extensas áreas (ver Danilkin, 1996). Podemos entonces considerar que bajas densidades de corzo, son causadas por la excesiva presión que predadores como el lobo someten a sus poblaciones. En todo caso, el lobo puede ser el mayor enemigo del corzo, pero no el único. En aquellas zonas en las que existe, sobre todo en el norte de Europa, el lince (Lynx sp) parece encontrarse entre los predadores habituales del corzo, siendo el mayor controlador de sus poblaciones en lugares en los que esta especie se encuentra y falta el lobo.
En relación a los parásitos, en corzo han sido citados gran variedad de nematodos, cestodos, dípteros, ácaros, protozoos, entre otros.
Los corzos son animales forestales que no llevan a cabo movimientos migratorios como tal. Esta afirmación no evita que se puedan dar movimientos estacionales en determinadas poblaciones debido a las circunstancias climáticas y topográficas; además de éstas, existen movimientos de dispersión a nivel individual. De manera general y referida a los movimientos horizontales, sólo han sido descritas en zonas septentrionales y muchas veces han sido desplazamientos de pequeños grupos o familiares en busca de alimentos en los meses más crudos. La dinámica anual de grupos familiares, caracterizada por un gregarismo mínimo formado por hembras, las crías del año y ocasionalmente el macho, obliga a las crías a emanciparse del grupo en cuanto comienza la nueva paridera. Esto obliga a una serie de movimientos de dispersión por parte de los jóvenes que les podrá llevar varios años en el caso de los machos, y que culmina en todo caso con la ocupación de un territorio y por tanto de un nuevo sedentarismo. Las hembras tendrán menos problemas a la hora de asentarse en un territorio, en tanto que pueden ocupar un área que solape en buena parte con el territorio de su propia madre; en todo caso la densidad de hembras en zonas de alta ocupación no aumenta respecto a otras áreas, por lo que deben acabar siendo expulsadas a pesar de que entre con ellas exista más permisividad que para el caso de los jóvenes machos. Respecto a los machos, pueden llegar a alcanzar un territorio a los dos años de vida, pero lo normal que es que esto suceda en su tercer año.
El corzo tiene una serie de sonidos que son utilizados en diferentes circunstancias. Algunos de ellos son agudos y casi inaudibles, utilizados para la comunicación en corto. Otros tienen un amplio espectro, son roncos y audibles en una amplia superficie, donde varios individuos lejanos pueden percibir el mensaje.
La ladra es un sonido ronco, muy sonoro y seco. Puede ser producido por todos los individuos salvo las crías, y se ha llegado a descubrir en ellos dos significados diferentes: un primer caso tiene funciones antidepredatorias y una segunda función sería la de advertir a los congéneres de la presencia de este predador. También existe una ladra proferida entre machos a fin de establecer vínculos jerárquicos o de propiedad en este sexo, ajenos completamente a un posible peligro o riesgo de predación, y que pueden ser consideradas sonidos territoriales.
Un sonido completamente diferente al descrito hasta este momento es el de los piídos. Lo producen todos los individuos, son poco audibles, agudos, finos y prolongados. Son producidos entre machos y hembras y entre hembras y sus crías; en todo caso resulta ser un contacto íntimo entre dos o más individuos. Se desconoce la función concreta de ellos, pero es conocida la función de amenaza, la de sumisión e incluso el acercamiento protocolario entre individuos que albergan estos sonidos.
Como especie de hábitat boscosos y derivada de la necesidad que tienen los individuos de comunicarse entre sí, el corzo ha desarrollado un complejo sistema de marcaje en el que cabe la posibilidad de comunicar desde varios puntos a la vez sin estar en ninguno de ellos. Este sistema de marcaje se basa fundamentalmente en olores y marcas visuales, y en menor medida en señales sonoras. El arañado se produce sobre troncos de árboles y lejos de pelar la corteza en su perímetro, se producen unas incisiones lineales en uno de los frentes del perímetro con mayor o menor abundancia; aparentemente la intención del corso es la de marcar con la glándula frontal y estos arañazos más parecen fruto el propio grosor del árbol, que de la intencionalidad del animal. El frotado se produce cuando un macho roza la frente pero no la cuerna sobre un soporte vertical; el objeto de esta conducta es impregnar un soporte con la hormona producida por al glándula ubicada en la frente del individuo. Estos frotados pueden localizarse visualmente cuando un macho marca repetidamente en el mismo lugar, lo que provoca un ennegrecimiento de esa zona o una eliminación de la capa de liquen que recubre la corteza; también puede localizarse esa marca por los pelos que los individuos suelen dejar en las cortezas. Estas dos marcas, pueden encuadrarse en lo que se ha llegado a considerar como marcas químicas.
El escarbado, es una eliminación somera de una capa de tierra por medio de las patas delanteras.
El comido consiste en la eliminación total o casi total de las hojas de arbustos de pequeño porte y muy ramificadas.
Hábitat y Distribución
Se le encuentra en bosques de todo tipo e incluso en aquellas etapas de degradación, como son matorrales o zonas adehesadas. La abundancia varía entre 1,69 corzos/100 ha en pinares a 35 corzos/100 ha en hayedos. Los principales núcleos poblacionales ocupan la Cordillera Cantábrica, Pirineos y los Sistemas Ibérico y Central. Desde ellos se encuentra en proceso de expansión. Reductos poblacionales se encuentran, además, en Montes de Toledo, Sierra Morena, el este de Extremadura y en las sierras andaluzas de Jaén y Cádiz.
Posiblemente el corzo ocupara la casi totalidad de la península ibérica a principios del siglo XX, según los tratados de caza que han dejado constancia de la presencia de esta especie. Por otra parte, son numerosas las citas que describen la reducción de las poblaciones e incluso la desaparición de la especie en algunas sierras hasta la mitad del siglo anterior; la presión cinegética podría ser la causa fundamental de este declive. Sin embargo desde la década de los noventa en la centuria anterior, se observa un incremento de sus poblaciones a partir de núcleos relictos, algunos de ellos casi extinguidos, que de nuevo incrementan el área de ocupación peninsular y la conquista de lugares donde años atrás, habían sido diezmados.
De nuevo la caza, más respetuosa y liberando a las hembras de la presión que soportan los machos, es uno de los factores que contribuyen a esta expansión. Pero sobre todo es fundamental pensar en el abandono del campo por parte del hombre y la importante reducción del ganado doméstico pastando de manera libre junto a perros asociados a estos rebaños.
Reproducción
En primer lugar, tanto el momento como la duración de la época de celo, puede variar a lo largo de toda su área de distribución. Parece lógico suponer, como así es, que cuanto mayor tiempo exista para ubicar el momento de gravidez, menor sincronización habrá, al contrario de lo que sucede cuando el tiempo de ubicar el celo es menor.
Fruto de este razonamiento tenemos en la península ibérica el celo más dilatado descrito en toda su área de distribución. Si lo habitual es que el celo se establezca en torno a veinte días sobre el centro del mes de agosto en poblaciones centroeuropeas, podemos encontrar un celo de algo más de dos meses de amplitud sobre el mes de julio en el centro peninsular.
En el cortejo, el macho persigue de manera rápida e insistente a la hembra a lo largo del bosque. Si estas carreras se centran en torno a un obstáculo o giran sobre sí mismos, quedarán plasmados en el terreno sendas en forma de ocho o de círculos llamados corros de brujas.
Pocos días después de la cópula, la hembra inicia un proceso denominado diapausa embrionaria o implantación diferida, que consiste en la ralentización del mismo proceso de gravidez, muy similar a una suspensión de la propia gestación. Si no se diese este fenómeno en las hembras de corzo, los corcinos nacerían en pleno invierno, con fríos extremos y una reducción importante de lo nutrientes, lo que les llevaría a una posible muerte. La reanudación de la gestación en términos normales, comenzará para las corzas ibéricas en diciembre-enero, por lo que cada hembra parirá en los meses de abril-mayo una, dos o más raramente tres crías. Las crías nacen desvalidas y durante los primeros días esperan ocultas entre la vegetación la llegada de la madre para alimentarse y ser aseadas. Cuando los recentales son capaces de seguir a la madre permanecerán junto a ella de manera constante hasta que sean expulsadas de su lado, un año a lo máximo en las poblaciones ibéricas y coincidiendo con la nueva paridera. Las crías, una vez expulsadas del lado de la madre vagarán deambulando hasta ocupar un emplazamiento, que podrá ser de un año en el caso de la hembra, o al menos tres en el caso de los machos.
Los individuos son fértiles a los catorce meses de vida. En este momento es posible que las hembras queden cubiertas, pero debido al sistema territorial, los machos que alcancen esta edad deberán esperar hasta la posesión de su propio territorio para poder acceder a alguna hembra.
En relación a la esperanza de vida, la media se encuentra en torno a 12 años; sin embargo, la encontrada en los machos del centro peninsular no supera los 3-4 años; las hembras por su parte superan ampliamente esta media e incluso han sido encontradas con edades de hasta 19 años.
Bibliografía
Mateos-Quesada, P. (2005). Corzo – Capreolus capreolus. En: Enciclopedia Virtual de los Vertebrados Españoles. Carrascal, L. M., Salvador, A. (Eds.). Museo Nacional de Ciencias Naturales, Madrid. http://www.vertebradosibericos.org/