Gabriel Laguna Mariscal
Marginalia et adversaria. Diciembre 2002
© Gabriel Laguna Mariscal
Cada mañana, de camino a mis clases en la Facultad de Filosofía y Letras de Córdoba, cruzo el puente romano sobre el río Guadalquivir. La panorámica del anchuroso cauce que se divisa desde el pretil del puente es impresionante. Las aguas, habitualmente enjutas y estancadas, corren ahora crecidas, envalentonadas por las lluvias de las últimas semanas. Corren también, ¡ay!, pardas y cenagosas. Y así, su caudal limoso me ha evocado el uso literario del río como metáfora de preferencias personales. |
Creo recordar que la metáfora del río ha conocido dos aplicaciones principales en la literatura occidental. Una es más conocida y frecuente: el río funciona como correlato objetivo del devenir del tiempo y del transcurrir de la existencia humana [1]. Ya Heráclito, para representar el carácter cambiante del universo, afirmaba que "todo fluye". También dijo que no podíamos bañarnos dos veces en el mismo río, sugiriendo así la índole esencialmente mutable de la vida humana. Esta imagen encuentra su expresión más nítida y famosa en nuestro Jorge Manrique: "Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar / que es el morir...". También el capitán Fernández de Andrada explotó la metáfora en su Epístola moral a Fabio: "Como los ríos que en veloz corrida / se llevan a la mar, tal soy llevado / al último suspiro de mi vida." Y, más modernamente, Antonio Machado insertó el motivo con exquisita nostalgia existencial en los versos 27-34 del poema XIII de Obras completas (poema que pertenece a la primera edición de Soledades, de 1903):
El agua en sombra pasaba tan melancólicamente,
bajo los arcos del puente,
como si al pasar dijera:
"Apenas desamarrada
la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,
se canta: no somos nada.
Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera."
Pero yo quería detenerme hoy sobre otro uso metafórico, menos conocido, del río. Se recurre a la imagen del río turbio, en oposición implícita o expresa con el agua de la fuente límpida y cristalina, para caracterizar preferencias personales, de tipo literario o amoroso. Precisamente el cauce turbio del río Guadalquivir me ha evocado la descripción que hizo Calímaco en el siglo III antes de Cristo del "asirio río", el Éufrates, para simbolizar una poética verbosa y trasnochada, imitadora servil de los géneros tradicionales. Frente a ello, Calímaco propugnaba géneros literarios de extensión menor y escritos con un estilo refinado. La poética calimaquea es simbolizada por la fuente límpida y recóndita, en abierto contraste con el cenagoso y ubicuo Éufrates. Estamos en el Himno a Apolo, en los versos 105-112:
La Envidia dijo a hurtadillas a los oídos de Apolo:
"No aprecio al poeta que no canta en una extensión tal como el mar."
A la Envidia Apolo la apartó de un puntapié y le replicó así:
"Grande es la corriente del asirio río, pero arrastra
mucho cieno y mucha inmundicia en su caudal.
La abejas no le acarrean a Démeter agua de cualquier fuente,
sino del pequeño venero que, puro e incontaminado, brota,
como exquisita flor de una fuente sagrada".
El mismo Calímaco [2], en un hermoso y complejo epigrama (28 Pfeiffer = Antología Palatina XII 43), presentó la exquisitez de sus preferencias personales, a un tiempo literarias y amorosas, con la metáfora de la fuente:
Odio el poema repetitivo, no me gusta el sendero
que a muchos conduce de acá para allá.
Odio también al amante promiscuo, y no bebo
de la fuente pública. Me repugnan todas las cosas populares.
Tú, Lisanias, sí que eres mi amor predilecto. (Pero antes de acabar
de decir esto a salvo, un Eco responde: "Ya está en brazos de otro").
Fueron Horacio y Propercio quienes introdujeron la metáfora en la poesía romana, en imitación de Calímaco. Propercio nos cuenta, en una típica recusatio literaria (rechazo de géneros tradicionales) [3], que se disponía a cantar en verso la historia remota de Roma, cuando Apolo le interpeló y le instó a probar derroteros menos ambiciosos. Estamos en la elegía III 3, versos 13-18:
...cuando Febo, que me vigilaba desde un árbol en Castalia,
apoyado ante su gruta en su lira de oro, me interpeló:
"¡Loco!, ¿que tienes que ver tú con ese río? ¿Quién te ha ordenado
abordar la tarea de la poesía heroica?
Propercio, ninguna fama has de esperar en ese terreno:
son pequeños los prados que han de surcar tus humildes ruedas."
Horacio, por su parte, para descalificar el estilo de Lucilio (su antecesor en el género satírico), le achaca que "fluía cenagoso" (Sátiras I 4, 11). Y el mismo Horacio recurre a la metáfora fluvial también para caracterizar opciones personales. En la Sátira I 1 entabla un diálogo ficticio con un interlocutor. Para descalificar la avaricia de éste, su estéril afán de posesión de riquezas que no puede disfrutar, Horacio le endilga unos versos que, aun aplicados a un sentido diferente, explotan claramente la imaginería formal de Calímaco [4] (versos 55-60):
Es como si necesitaras agua, en cantidad no mayor de una tinaja
o una jarra, y dijeras: "Preferiría beber de un gran río
que sólo de esta fuentecilla". Pasa así lo que pasa:
que el río Aufido, crecido, arrastra a gente así, arrancados con la orilla.
En cambio, quien sólo ambiciona lo que es menester, ése no bebe
agua sucia de cieno, ni pierde la vida entre las olas.
Damos un salto de veinte siglos para leer un rebrote del tópico en un poeta perteneciente a la llamada generación "veneciana", la de los años 70. Se trata de Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951). Como es sabido, la estética de esta generación se caracteriza por la exquisitez, la elegancia y un cierto decadentismo. Una poética, pues, bastante coincidente con la que postulaba Calímaco. Así, no es de extrañar que Villena, al objeto de presentar sus principios personales (tanto en materia poética como erótica) recurriera a una adaptación libre del epigrama de Calímaco arriba citado. He aquí el poema de Villena: |
No bebo en la fuente común. Y cuanto es
vulgar o cotidiano me repugna. Busco siempre
lo hermoso, lo grácil, lo efímero también
porque pone en la belleza como un punto malvado.
Leyendo este poema se me ocurre que la supervivencia de la cultura clásica en el mundo moderno no peligra, como quieren algunos agoreros. Mientras los textos clásicos sigan leyéndose y disfrutándose, mientras sirvan como referentes, correlatos y modelos de inspiración, la cultura clásica seguirá viva [5]. Así lo sugiere la rica vitalidad del motivo que estamos comentando en estas líneas. Así lo demuestra el hecho de que Villena, para plasmar su ideario poético y personal, no encontrara mejor medio que remodelar un texto que Calímaco había escrito veintitrés siglos antes.
Acabo este recorrido con un poemilla popular, extraordinario por su exquisitez formal, por su profundidad conceptual y por su emotividad:
Mira si soy desprendío
que ayer, al pasar el puente,
tiré tu cariño al río.
¡Qué andalucismo rezuma el poema! ¡Qué enjundia encierra en sólo tres versos, si se es capaz de leer entre líneas para escrutar su tradición literaria y su contexto social!
Hablemos de forma. El dialecto andaluz se manifiesta en la fonética ("desprendío"), en el léxico ("desprendío" para "generoso", "cariño" para "amor") y, ante todo, en la métrica (en el uso de la soleá como estrofa). Siendo así, el río aludido no podía ser otro que el Guadalquivir, a su paso por Córdoba o por Sevilla. Me gusta imaginar que el puente citado sea el romano de Córdoba, el mismo que cruzo cada mañana (podría ser, también, el sevillano de Triana).
En el contenido, el sujeto lírico que habla en primera persona expone su decisión de romper con una mujer, de renunciar a su amor, como Catulo en sus poemas 11 y 76, como Propercio en sus elegías III 24 y III 25. Se trata, pues, del motivo literario conocido como renuntiatio amoris. La causa es fácil de imaginar: el desdén o la deslealtad de la mujer amada. Y aquí entra el uso de la imagen fluvial, establecida y sacralizada por la tradición clásica. El sujeto ritualiza su renuntiatio con el acto simbólico de arrojar al río Guadalquivir (presumiblemente, fangoso a la sazón) el amor no correspondido que sintió por su niña. Es decir, él requería un amor leal y puro, como el agua de la fuentecilla sagrada que nos pintara Calímaco, pero encontró en ella una respuesta desleal: cenagosa como el agua del Éufrates.
Así que esta mañana, cuando cruzaba el puente romano y me asomaba al pretil para contemplar el cauce crecido y limoso del río, he reflexionado sobre la existencia humana, que fluye como un río y desemboca no sé bien dónde. Me he acordado de Calímaco, de Horacio y de Propercio, y de Luis Antonio de Villena y de un andaluz anónimo que optó prudentemente por arrojar su amor al río antes que precipitarse él mismo, desesperado por la atroz soleá en que lo dejaba su amada. Y me he acordado de que la cultura clásica es también como un río del que bebemos todos, que riega y enriquece nuestro entorno, que desemboca en el mar que somos.
© Gabriel Laguna Mariscal
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Se sugiere citar el presente artículo así (según normas del MLA):
Laguna Mariscal, Gabriel. "El río como metáfora de preferencias personales" Tradición Clásica. Diciembre 2002. Acceso 20 May. 2003. [cámbiese según proceda] <http://www.uco.es/~ca1lamag/Diciembre2002.htm>
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Notas
[1] La imagen del río, con esta implicación, en Manrique, Andrada y Quevedo, fue estudiada por Pedro Salinas, en el capítulo "Una metáfora en tres tiempos", incluido en sus Ensayos de Literatura Hispánica. Volver al texto.
[2] Los dos textos de Calímaco son analizados por R. F. Thomas, "New Comedy, Callimachus, and Roman poetry", Harvard Studies in Classical Philology 83 (1979), 179-206 (esp. págs. 180-182). Volver al texto.
[3] Para la recusatio de tipo helenístico o calimaquea véanse G. O. Hutchinson, "Roman poetry" en Hellenistic poetry, Oxford: Clarendon Press, 1988, 277-354, R. F. Thomas, "From recusatio to commitment: the evolution of Vergilian programme", en F. Cairns (ed.), Papers of the Liverpool Latin Seminar. Fith volume. 1985, Liverpool: F. Cairns Publications, 1986, 61-73 y Á. Álvarez Hernández, La poética de Propercio (Autobiografía artística del `Calímaco romano’), Assisi: Accademia Properziana del Subasio, 1997. Volver al texto.
[4] Para la influencia de Calímaco en Horacio, léase D. J. Coffta, The Influence of Callimachean Aesthetics on the Satires and Odes of Horace, Lewiston, NY: The Edwin Mellen Press, 2002. Volver al texto.
[5] Esto mismo afirma A. Ramírez de Verger en "Una lectura de los poemas a Lesbia y a Cintia", Estudios Clásicos 90 (1986), 67-81 (esp. p. 67). Volver al texto.
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