Es fácil descollar entre medianías, y hasta se pueden transformar limitaciones en originalidades si se tiene la desgracia (o la fortuna) de vivir en un siglo de plástico y hojalata. Sospecho, por el contrario, que pese al primado de la apariencia que caracteriza a la edad barroca, no sería fácil sobresalir, con engaño teatral o sin él, en un siglo de ingenios, rivalizando con Cervantes, El Greco, Lope de Vega, Velázquez o Quevedo. Oro que compite con el oro, eso fue don Luis.
Góngora es el poeta de la variedad inagotable. En pocos poetas podemos encontrar un mayor alejamiento de la uniformidad, y en pocos podemos rastrear la repercusión de un mensaje poético que trasciende siglos y territorios. Góngora es uno de ellos. Como las simplificaciones confunden, la anterior afirmación ni siquiera puede ser legitimada cuando el poeta muere en 1627, y quizá tampoco sería suscrita por muchos lectores ramplones y poetas ganapanes cuando están a punto de cumplirse los 400 años de su muerte.