EL GÓNGORA NUEVO

Se cuentan muchas anécdotas que reflejan perfectamente la gracia, el genio y el ingenio de don Luis. El magnífico retrato de Velázquez ha marcado perezosamente la opinión que tenemos sobre él. Hay que tener en cuenta que Góngora tenía más de sesenta años cuando es pintado por el sevillano. Esos sombríos tonos no son los de don Luis, que demostró en su vida un vitalismo poderoso; podemos afirmar que el placer movió sus pasos. 

Como todo espíritu genial, Góngora es rebelde a las clasificaciones. Contra los tópicos, ya Luis Cernuda, con su fructífera disidencia, y algunos investigadores de mediados del siglo XX supieron rechazar o matizar la idea de un Góngora rutilante, de pureza absoluta y casi extraterrena, a la que iba asociada su marmórea perfección y supuesta insensibilidad. Era el concepto construido por el Veintisiete, porque se acomodaba a una faceta de su estética y porque formaba parte de una operación de conquista de un espacio cultural. 

En su actividad poética se sitúa en los límites de lo permitido, de lo socialmente aceptable, incluso los supera con tal prodigiosa habilidad lingüística y retórica que sus transgresiones pueden pasar por inocuas. Ese lenguaje conceptual admirable (refinamiento, agudeza, sublimidad) que es la marca de su genialidad es también instrumento de libertad poética. 

En una síntesis crítica de muchas décadas de investigación, Robert Jammes explicó por qué es excepcional la obra de Góngora apelando a cuatro factores: por su brevedad, por su densidad, por su perfección y por su destino.