Un estudio liderado por la Universidad de Córdoba y el IMIBIC aporta la primera evidencia de una interacción directa entre las kisspeptinas, unas proteínas cruciales para el desarrollo sexual, y unas células no neuronales del sistema nervioso denominadas astrocitos, lo que abre un nuevo horizonte en la comprensión de la regulación del sistema reproductivo

Luis apenas tiene 18 meses. Llegó con su madre, María, a nuestro Centro de Atención Infantil Temprana (CAIT) a petición de su pediatra. El pediatra estaba preocupado porque, en algunos ámbitos del desarrollo, el niño no presentaba las conductas propias de su edad. Comenzó con 12 meses a decir “mamá”, pero dejó de hacerlo y ahora no pronuncia palabra alguna. En el colegio de infantil al que acude siempre juega solo, alineando todo lo que encuentra a su alcance. Y no suele pedir nada (su madre lo achaca a que “es muy independiente”). María es primeriza, vino asustada. Y en cuanto empezó la entrevista de acogida en el CAIT se derrumbó y comenzó a llorar. ¿Cómo sería el futuro de Luis? ¿Qué le pasaba a su bebé tan pequeño?

La primera infancia es una etapa de la vida especialmente vulnerable. Detectar cualquier dificultad en el desarrollo es prioritario y marca la futura calidad de la vida de la persona. La pregunta más importante que hay que plantearse es cuándo debemos alarmarnos. Pero la respuesta no es precisamente sencilla.

¿Cuándo tiene sentido que nos alarmemos?
Tradicionalmente hemos medido el desarrollo de los bebés con las escalas de desarrollo. Se trata de instrumentos estandarizados que aplican valores normativos para interpretar las puntuaciones de los menores. Nos permiten conocer las características de la evolución de los bebés en sus diferentes áreas (cognitiva, motora, lenguaje, relación social o conducta adaptativa), comparar subgrupos poblacionales, determinar necesidades y servicios, planificar intervenciones y valorar la eficacia de los tratamientos.

Generalmente, se basan en el concepto de hitos del desarrollo, esto es, en conductas observables que emiten los niños y que aparecen de forma secuenciada en intervalos del desarrollo más o menos concretos. Por ejemplo, si “mantiene el control cefálico” (es decir, sujeta la cabeza), “se mantiene en bipedestación” (se pone de pie) o “muestra interés por los objetos, los coge y los cambia de mano”.

Artículo de Araceli Sánchez-Raya, José Antonio Moriana-Elvira y Sara de Luque en The Conversation España

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Ser mujer, profesional de enfermería o trabajar en el ámbito comunitario aumenta el riesgo de sufrimiento moral según un estudio de la Universidad de Córdoba realizado entre más de 500 profesionales del Servicio Sanitario Público de Andalucía en un periodo inmediatamente posterior a la pandemia por COVID19

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