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La ciudad brillante, la más hermosa que recuerda la Historia, la memoria y la fantasía nacía según Al-Maqqari, el día primero de la luna de Muharraq del calendario musulmán, el 18 de noviembre de 936 para los cristianos. Córdoba era ya en la ciencia, la cultura y las artes, la capital de Occidente y Abderramán III, al Nasir, su califa. Acompañado de sus visires, altos funcionarios y el juez supremo de la Aljama, llegaron a la ladera del Monte de la Desposada, para el rito de la colocación de la primera piedra. Su construcción llevaría 40 años, los 15 últimos a cargo de su hijo Alhakem II. Las razones fueron políticas para los historiadores y fruto del enamoramiento del Omeya para el imaginario.

Levantada sobre terrazas superpuestas y circundada por más de 4500 metros de doble muralla, el complejo actual visitable representa tan sólo las dependencias palaciegas, situada en la zona alta del recinto. A partir del 945 fue la residencia real y albergó la corte y el organigrama estatal trasladado desde el Alcázar Califal de Córdoba, incluida la casa de la Moneda.

En el descenso desde la entrada actual, mirando a poniente queda la zona de servicio recuperada a principios de este siglo, y algunos restos de la compleja obra de alcantarillado y del viaducto romano para la provisión de agua.

A medio camino, su antigua entrada está hoy señalada por tres anchas arcadas, cercanas a la casa del ejército (dar al-jund) en la zona intermedia y mirando al camino de Córdoba, la ciudad en donde descansaban y aguardaban los visitantes ilustres de las magníficas recepciones omeyas que los cronistas andalusíes dejaron plasmadas en sus pergaminos.

Jardines de arrayanes, rosas, jazmines, hiedra y plantas llegadas de todos los rincones del mundo, desembocaban en plazas presididas por delicadas fuentes talladas en mármol y en donde proliferaron los surtidores, nacidos de las gargantas de los cervatillos, el símbolo más conocido de Medina Azahara, o la taza de jaspe verde, primorosamente labrada, a la que vertían agua 12 figuras de aves y mamíferos, hechas en oro por los plateros cordobeses.

Ya en el Salón Rico, minuciosamente reconstruido, es posible confiarse y explicarse todas las fantasías y deseos que sigue despertando la Ciudad de la Flor. Exornos, motivos vegetales, el árbol de la vida, tal vez revestidos de metales y piedras preciosas; los brillos rompiéndose en mil estrellas de colores al reflejo del mercurio que movían los esclavos en la taza de mármol, bajo la perla de al-jatima. Y, al fondo, el primer califa de occidente, velado tras una cortina, por su condición de figura sagrada. Así debió ser o pudo ser hasta que, en 1010 las tropas de al-Mundir, el bereber, la convirtieron en llamas,

La mezquita, que aparece a intramuros, antes del alcanzar los jardines del Salón Rico, se construyó en 48 días, empleado diariamente en ella a más de mil obreros. Inaugurada el 21 de mayo de 941, fue la primera orientada certeramente a la Meca, corrigendo el error de cálculo que arrastraba desde su origen el mirhab de la Aljama de Córdoba.

(Matilde Cabello)

Madinat Al-Zahra

Del alminar, ¿qué queda? Del alcázar,

¿qué queda? Del amor, del poderío,

del deseo, ¿qué queda?

Ricardo Molina

¿A qué huelen tus muros

cuando el viento restalla, con una lluvia feble,

sus nubes de avispero?

¿Quién vela tu silencio, Madinat al-Zahra?

No fulge más la espada con su rastro de sangre

ni el oro en los brocados

ni el alba en los jazmines

que tu cuerpo desnudo

ceñido en otro cuerpo

febril, iridiscente, transido, inaccesible.

¿Qué poder te ha marcado con estigmas de agua?

¿Qué fuego arracimado vidria en tu piel dormida

sus alumbres de sombra?

¿Qué fatimí nervioso penetró por tu venas

y ha inyectado un veneno, un legado friable?

Gotea sobre tus arcos la espuma de los siglos,

dedos relampagueantes fresan tus labios leves.

Emerge en la mirada la luz de un holocausto,

el eterno diluvio de un mar tempestuoso.

¿Quién recuerda los sistros, los zurnas, los rabeles,

los ecos olvidados por los vanos del aire?

¿Quién los crótalos dulces,

el labio enamorado,

la pasión malhadada de un califa de Córdoba

por esa llama oscura venida de Granada?

¿Quién cubrirá tu mano helada en primavera

cuando miles de almendros asciendan por la cumbre

desplegando en el monte memoria de la nieve?

Nadie habrá que restañe, flor de Venus,

la llaga

cuando cubra la arena el hueco de tus ojos

y la noche en estrellas de escarcha se derrame.

¡Cuántos versos perlados por la luz de las lágrimas!

¡Ah, Medina Azahara, desolada belleza!

Aun callando, nos duele

que vuelva a transgredirse

el más hermoso sueño forjado por los hombres.

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