Relativismo, dogmatismo negativo y escepticismo. Sexto Empírico y sus antecedentes en la tradición escéptica
Juan de Dios Bares
Córdoba, 11 de marzo de 2011
El escepticismo de Sexto Empírico es una de las posiciones filosóficas más radicales de la Antigüedad. A pesar de su profunda influencia en la modernidad, se trata de una filosofía difícil de comprender. El propio Sexto parece consciente de la dificultad de ubicar las coordenadas de su peculiar perspectiva, y dedica considerable espacio a intentar aclarar su sentido.
Lo específico del escepticismo es una renuncia radical a todo dogmatismo, que lleva al escéptico, no al silencio y la inacción, sino a atenerse a los fenómenos. Ello se logra, como es sabido, mediante la práctica de la suspensión de juicio, que se alcanza a su vez gracias a la capacidad del escéptico de oponer a cualquier argumento otro de igual validez.
Se trata, no de una mera apuesta teórica, sino de un modo de buscar la imperturbabilidad de ánimo en que reside la felicidad.
Dado su carácter fuertemente polémico, es imposible entender este movimiento filosófico sin atender a las demás filosofías que ejercen su influencia en el pensamiento helenístico. Toda la obra de Sexto Empírico está plagada de referencias polémicas al conjunto de la tradición filosófica antigua. Ciertamente, el adversario más importante para el escéptico pirrónico es el estoicismo y su enérgica defensa del conocimiento, pero todos los demás planteamientos filosóficos, también los más afines, reciben acerbas críticas.
En este trabajo queremos atender a la distinción entre el escepticismo pirrónico, el relativismo y el escepticismo académico. El modo como Sexto los presenta puede desorientar al historiador, porque tiende a magnificar las diferencias y a minimizar sus deudas teóricas para con ellos. Apoyándonos en las demás fuentes de que disponemos, creemos que puede mostrarse cómo el escepticismo es la última manifestación de una amplia corriente en el pensamiento griego que, ante la distinción entre el ser y los fenómenos, toma partido por estos últimos. Los primeros en escenificar el desafío a la posibilidad y necesidad de una metafísica del ser y la verdad fueron los sofistas, y en particular Protágoras. Pronto su relativismo fue tachado de insuficiente por Platón, y de incoherente e incompatible con la acción por Aristóteles. Pirrón debió aceptar el reto de defender la posibilidad de una vida sin conviciones, y sirvió de referencia, junto con los avances de la lógica megárica, a los platónicos de la Academia para enfrentar su lectura aporética de los Diálogos a la potente sistemática del estoicismo. Cuando la Academia, tras Arcesilao y Carnéades fue abandonando progresivamente las posiciones escépticas y derivando al estoicismo, Enesidemo vuelve a reclamar una vuelta a ellas. Lo hace reclamando para sí y para su escuela la herencia pirrónica, y esta versión del escepticismo es para el último pensador importante de esta tendencia, Sexto, la única que merece ese nombre.
El resultado de esta conocida historia es, posiblemente, una sobrevaloración de la contribución de Pirrón a las posiciones escépticas. Sin el Teeteto platónico, y su defensa de las tesis protagóricas, no se habría dado el escepticismo académico. Y es Arcesilao el padre de la suspensión de juicio y de los ejes centrales del escepticismo posterior. Enesidemo y Agripa no parecen aportar novedades teóricas relevantes, y el mismo Sexto es un compilador que intenta radicalizar su doctrina para distinguirla de sus antecesores. Su presentación de la posición escéptica, sin embargo, corre el riesgo de convertirla en un planteamiento artificioso y hace que se resienta su coherencia.