Esta mañana, alumnado de 3º de ESO del Colegio Salesiano ‘San Luis Rey’ de Palma del Río y de 4ª de ESO del Colegio SAFA de Pedro Abad ha tenido la oportunidad de debatir con el propio autor sobre el libro. Eugenio Manuel Fernández está acostumbrado a conversar con adolescentes ya que él mismo es profesor de Ciencias de un instituto de educación secundaria en Rota. Además, ha sido autor de varios libros de divulgación científica entre las que se encuentran “La conspiración lunar: ¡Vaya timo!” y biografías como la de “Arquímedes”, “Ampère” y “Boyle”.
Este evento se enmarca dentro de la actividad “Lee Ciencia” que organiza la Unidad de Cultura Científica -con la colaboración de la Fundación Española de Ciencia y Tecnología- para fomentar la lectura científica entre la juventud. Se trata de un club de lectura de obras de divulgación diseñado para alumnado de Secundaria y Bachillerato, inspirado en una experiencia de la Universidad de Vic. El alumnado trabaja sobre un libro de divulgación durante algunos meses para posteriormente plantear al autor algunas cuestiones relacionadas.
Una de las historias que más sorprendió al público asistente fue la del sastre Franz Reichelt. No era científico, pero fue precisamente su falta de conocimientos sobre física lo que le llevó a la muerte al intentar demostrar que su invento para volar -una especie de capa gigante- funcionaba. Una experiencia muy instructiva para disuadir a cualquiera de no intentar nada sin tener una base científica consolidada.
La historia del farmacéutico Carl Sheele dio pie para debatir sobre la necesidad de hacer más prácticas las clases. Cuando era aprendiz, sus maestros le dejaban trastear en el laboratorio y así fue como aprendió muchos de los conocimientos que luego le valdrían para llevar a Suecia, su país de origen, a la vanguardia de la ciencia. Actualmente, el número de estudiantes que un profesor tiene en una clase impide que puedan desarrollar sus conocimientos prácticos.
De la mano del estudiante de Harvard Jason Altom, se señaló la necesidad de contar con psicólogos y profesionales que ayudaran a los estudiantes y profesores a la hora de lidiar con el estrés que supone llevar a cabo una investigación científica. Este joven se suicidió en 1998 con apenas 26 años porque no soportó la presión a la que estaba sometido para sacar adelante su proyecto de doctorado. Gracias a él, ya la evaluación no depende de una sola persona, sino de un grupo de docentes. Además, se han instaurado equipos de psicólogos que ayudan a los estudiantes a lo largo de todo el proceso.
En definitiva, el alumnado de la mano de Eugenio Manuel Fernández ha podido conocer una historia de la ciencia que no suele salir en los libros de texto. Para el autor estaba claro: “Era fundamental que todas estas personas hubieran hecho algo bueno por la humanidad, que fueran héroes y heroínas de la ciencia”.