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“En El Salvador, cuando eres amenazado, la amenaza recae en toda la familia”, relató Samuel Padilla en la segunda mesa de la mañana del IV Congreso “Córdoba, ciudad de encuentro y diálogo”, organizado por la Cátedra Unesco de la UCO. “A los 20 días desapareció un hermano de Angelina. Cuatro días después, lo encontramos en un cafetal. Tenía un disparo en la cabeza y estaba totalmente calcinado. Solo los pies y los tobillos no habían sido consumidos por el fuego. Angelina lo reconoció pero tuvimos que esperar a los análisis de ADN”.
“Estuvo 20 días en la morgue. Fue duro. Nos tuvimos que dividir como familia y mandamos a los niños con mi madre. Los resultados de ADN confirmaron la identidad y nos entregaron el cadáver. En el funeral, se le acercaron a Angelina y le dijeron que se fuera de la colonia. De lo contrario, tendría otro entierro como el de su hermano. En El Salvador, existe el fenómeno de los desplazamientos internos. Pero debes de hacerlo con precisión. Debes conocer bien las fronteras invisibles de las pandillas. Si vas a una zona controlada por la misma pandilla, te pueden acusar de espía”.
“Nos fuimos al extremo sur de Santa Ana y tuvimos que cambiar ciertas rutinas de los niños. Por ejemplo, dejamos de usar el transporte público. Pero los pandilleros vigilaban nuestros movimientos. Tipos conocidos como los “postes”. Y estos dependen del “palabrero”, el jefe de la pandilla de la zona. Los “palabreros” deciden quien puede vivir aquí o quien va a morir. Qué comerciante debe pagar o quién no. Y qué consecuencias van a tener quienes no cumplen con las normas”.
“Yo seguía trabajando en la Procuradoría y visitaba a los pandilleros en la cárcel. Entonces, me buscaron y me pidieron información de pandilleros concretos. ¿A cambio de qué? De que no me pasara nada. En el cumplimiento de la extorsión, tenía que pasarle información de sus líderes encarcelados. Una de las personas que visité fue torturado después. Hubo purgas internas y una funcionaria de prisiones murió”.
“Entonces me dijeron: anda con cuidado. Era cuestión de salvar la vida. Ya no valían los desplazamientos internos. EE.UU. nos denegó la visa y nos vinimos a España. Aquí llegamos hace cuatro meses y estamos a la espera de protección internacional. Nosotros sí queremos vivir en El Salvador”.
Su estremecedor relato fue completado por su esposa. Angelina Portillo contó la crudeza de su vida diaria en España. Enumeró las puertas cerradas, el frío, la lluvia, los hostales, las estrecheces y las poco recomendables circunstancias en que tienen que vivir sus hijos. Hasta que dieron con San Carlos de Borromeo, la parroquia de Vallecas que ayuda a seres humanos sin preguntar su procedencia. “Son ahora nuestra familia”, dijo. “Somos personas y tenemos el deseo de superarnos. Solo pedimos que nos brinden una oportunidad”, imploró antes de recibir un sonoro aplauso.
Otras dos intervenciones emocionaron al auditorio. Alain Diabanza y Nicole Ndongala, dos congoleños que pintaron un panorama sombrío de un país, el suyo, tragado por una espiral de violencia extrema como consecuencia de la explotación del coltán, un mineral indispensable para la fabricación de móviles. “La población está pagando los platos rotos de la guerra del coltán. Ya han muerto más de ocho millones de personas”, dijo Diabanza, cuyo periplo hasta cruzar la frontera de Ceuta podría servir de guión para una novela trágica.
Una áspera historia solo superada por la de su compatriota Nicole Ndongala, que describió un panorama atroz de violaciones y torturas contra miles de mujeres congoleñas. “Muchas veces aquí, en España, nos consideran mercancía y no nos tratan como seres humanos. Y la humanidad debe de primar por encima de todo”, zanjó.