Khadija Amin encarna la tragedia impuesta por la vuelta de los talibanes en agosto de 2021, tras la marcha acelerada de las tropas internacionales, que durante dos décadas habían instaurado “una falsa sensación de democracia”, y que despejó el camino para que los talibanes se volvieran a hacer con el control del país. Amin, que había sobrevivido a un matrimonio forzado, a la violencia física de su marido, a un divorció que la despojó de derechos y de la custodia de sus hijos e incluso a varios intentos de suicidio, consiguió la gesta de estudiar Periodismo en la Universidad de Kabul mientras trabajaba como becaria en la televisión nacional afgana.
“Las mujeres periodistas no teníamos las mismas oportunidades que los hombres. A veces no nos dejaban acudir a las ruedas de prensa”, explica. Aun así, Khadija Amin se convirtió en la voz mediática de muchas mujeres, papel que, a su pesar, ahora no puede dejar de representar en España. El día que los talibanes entraron en Kabul fue a trabajar por la mañana y tres horas después la expulsaron y ya no la dejaron entrar más al edificio. Durante varios días lo intentó, se entrevistó con muchos corresponsales extranjeros (habla cinco idiomas) y denunció la situación hasta que su vida empezó a correr peligro. Fue entonces cuando decidió abandonar el país, siendo una de las pocas afortunadas que consiguió una plaza en un avión del Ejército español. Llegó a España con lo puesto, sin saber una palabra de español y con toda su vida atrás.
Edith Rodríguez Cachera, vicepresidenta de Reporteros Sin Fronteras en España, pone los datos: desde la vuelta de los talibanes, el 84% de las mujeres periodistas ha tenido que abandonar su puesto de trabajo. 202 periodistas siguen encarcelados en Afganistán y más de la mitad de los medios de comunicación han cerrado. “El periodismo afgano independiente ha sido erradicado en Afganistán”, afirma. Muchos, como Khadija Amin, fueron obligados a huir para salvar sus vidas.
Edith Rodríguez, Mónica Bernabé, Manuel Torres, Khadija Amin y Gervasio Sánchez.
En dos años y medio, Amin ha conseguido hablar español de forma fluida, escribe para 20 minutos y trabaja en una productora audiovisual de Telefónica. Antes de llegar a este punto ha pasado tremendas dificultades, llegando a tener que dormir en un parque para ahorrar todo el dinero posible y enviárselo a su familia. “Ser periodista me ha cambiado la vida”, asevera. “Ser independiente y poder vivir de mi trabajo ha sido mi mayor descubrimiento”. Por eso, aunque reviva el dolor de lo pasado cada vez que ofrece una conferencia de prensa o una charla, sabe que es “la voz de las mujeres encarceladas en sus casas en Afganistán”. No desaprovecha ninguna invitación para hablar de su país y de la brutalidad impune del régimen talibán. “Yo empecé a leer y a escribir en clases clandestinas durante el primer régimen talibán”, recuerda. Ahora le preocupa especialmente el futuro de las niñas, a las cuales solo se les permite la enseñanza primaria. “Me angustia mucho la situación de las niñas. Están desesperadas, no tienen esperanza”.
“Es valiente y loable que haya actos como este, organizado por la Universidad de Córdoba, en los que se siga hablando de Afganistán”, recordó Edith Rodríguez Cachera. Conflictos como los de Ucrania, Irán y Gaza han desplazado el foco mediático, sumiendo al país asiático en una zona de sombra donde los talibanes vulneran los derechos más fundamentales de las mujeres, apoyados por países como Qatar o Pakistán, “aliados de Occidente”, como denunció ayer la periodista Mónica Bernabé.
Mientras, Khadija Amin sueña reencontrarse con sus hijos y volver a su país. Y por soñar, que sea a lo grande: quiere ser presidenta de Afganistán.
Tras ella, la periodista Mónica Bernabé, que vivió en el país durante casi 8 años, ofreció la charla ‘Afganistán: crónica de un fracaso’, donde expuso las vicisitudes de un país castigado con casi 40 años de guerra y su crónica de lo vivido y visto antes y después de la vuelta de los talibanes.